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I. El Genitor

Boris Espezúa Salmón
Escritor puneño
diciembre del 2011

Saber morir
Y no retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio.
Martín Adán

 

Unos sobre el haz de las aguas, otros a ras de la
tierra, todos los dioses soplaron en la arcilla
modelada a su imagen y semejanza y el barro
se animó: Había nacido el Hombre.
Gamaliel Churata

 

     Hace mucho tiempo el altiplano estuvo cubierto con agua uránica y desde su cúspide emanaba al mundo abundante líquido benéfico y purificador, que se fue perdiendo poco a poco y ahora ha quedado condensado en crustáceos en el Lago Titikaka. En uno de esos momentos el sol, que no puede momificar los diluvios ni los cuerpos celestes imperecederos, desapareció tres semanas y apareció por cinco días con dos soles en el cielo. Hacia la cruz del sur corrieron todas las historias en el aire trasladando sus saberes de conciencia en conciencia. La luz (primera creación según el Génesis) está en uno. Es la primera estrella cubierta de yerba que no naufraga en la sangre. La luz o una mariposa pálida es vida según el evangelio y según la salamandra que vivifica las cosas. No es olvido inmóvil que anima las memorias, su núcleo por donde brota la correlación de fuerzas de la historia, al osario de caracolas estelares.
     Era el final a la entrada de la era de piscis, cuando aún no se vislumbraba un mundo virtual inundado de deshechos inorgánicos. En triada se unificó el aire, el agua y el fuego en principio generador. El secreto de los Dioses fue animado en los misterios de las conchas marinas, conectado con otros Dioses en un flujo creador sin fin donde los universos tienen sus raíces en el aire que respira el escorpión de agua que predice el agua que predice la vida que revelan las iconografías de la fe de las hojas de laurel, en los vapores subterráneos y piedras volcánicas donde no se detiene el hervor de los musgos. Las aguas hacia arriba, suben hasta las nubes para dar de beber a Dios y pedirle que abra la tierra para seguir labrando nuestros sueños.
     No tengo ojos sino venas para ver las claves eternas del infinito, sólo sé que naceré hecho pez en estas aguas sagradas, cuando en la cima de una montaña del sur, entre hojas de laurel, bajen cuatro ríos con ojos de cielo en preñada tormenta y sus aguas culminen de cantar la transmutación del caos en luz. El cóndor bajará por la herida suturada del alba y de un cráneo de chinchilla silbará el tiempo. Diez halcones se calcinarán y río arriba saldrá Wiracocha para reunirse con la Madretierra para hacer revivir lo engendrado y dar infinitud a la mitogénesis. El Lago creación de vida, el pez que estoy siendo en un ciclo donde cada uno de nosotros está condenado a repetirse.
    La tradición andina doblega el tiempo su historia tiene la ingravidez de la persistencia ante la modernidad, sus tres períodos, tienen el rumor del agua en nuestros ojos donde ahogamos el grito. En el primer período que es del padre, hijo y espíritu santo, pertenece al tiempo de los gentiles, de plena oscuridad donde estaban los hombres de rojo de baja estatura que se desplazaban con la rapidez semejante a la de los felinos, luego pasaron a ser hombres gigantes que se rebelaron ante Dios y por ello sus cuerpos fueron quemados a la salida del sol, para vivir bajo la luna. En el segundo período, de los que viven ya con el sol donde está la tradición indígena-mesiánica, fueron descabezados y esperan recobrar el cuerpo y recuperar su estado original en la fuente divina o cábala del fuego por Dioses que develen el oráculo, en el otro ciclo del espacio y tiempo donde el pasado andino rompe en el aire un charango para estar adelante. En el tercer y último período, cuando el mundo entre nuevamente en crisis los hombres se volverán aves, volarán y vivirán como ángeles, se alzarán las células que da la naturaleza el agua helada donde la creación encuentra su espíritu y su recogimiento. Esta agua renovada traerá los partos sagrados permanentes y los demiurgos anunciados por el oráculo del agua.

En: Gamaliel y el oráculo del agua. Boris Espezúa S. 2011. pp. 17-19

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