La literatura es como un océano inmenso y complejo. Se alimenta de deshielos, aludes gigantescos, torrentes, riachuelos, arroyos, ríos pequeños y grandes. Todos acuden a ella –la literatura- de modo incesante, en un continuum indetenible e indivisible. Si la hermenéutica la divide y la clasifica es sólo por razones extrínsecas y hasta didácticas. Es dentro de este concepto que hay que hablar de la literatura puneña, como parte de un universo mayor, de una superestructura que la contiene y con la que establece una articulación pendular de ida y vuelta, en tanto nutre al prodigio mayor y, al mismo tiempo, se alimenta de él.
Esto significa que, dentro de un contexto histórico social compartido, la literatura producida dentro de esas lindes, compartirá, también, rasgos comunes, a guisa de constantes, con modificaciones ostensibles según sea el impacto de factores extrínsecos como la aparición de aludes insospechados, que a veces llegan a cambiar el rumbo de los ríos, pero no su naturaleza substancial, porque al final buscará su propio cauce para llegar al mar.
Desde hace un buen tiempo los productores jóvenes de literatura vienen haciendo una lucha generacional contra los poetas y narradores mayores. Creo que están en su derecho. La juventud es de por sí iconoclasta, inconforme. Tienen toda libertad para ser irreverentes. Hasta ahí, esta actitud es buena, y hasta fecunda para producir mejor y seguir adelante, pero llevar esta contradicción natural hasta el extremo de aplicar esa “ley” que los “kloacas” inventaron y la expresaban en foros y bares limeños: “Si quieres surgir tiene que ser sobre el cadáver de los consagrados”, no es bueno para nadie. Ha pasado el tiempo y la historia no registra el nombre de ningún kloaca importante. La energía que debían gastar en perfeccionar su arte la malgastaron en denostar, a veces, sin tregua ni medida. Cada quien es lo que es en su tiempo y espacio, parte de otro espacio y de un tiempo anterior. Los que solamente ven la literatura como producto de una circunstancia deberían aprender a verla desde un enfoque procesal.
Al cumplirse el CCCXXXIX aniversario de Puno, quiero hacer una sinopsis de la literatura puneña de fin de siglo, como homenaje a esta tierra que amo y de la que me siento un auténtico hijo, que con su creación junto a la obra importante de otros literatos, ha contribuido con “un grano de arena”, para que la literatura puneña de Oquendo y de los Churata siga siendo lo que fue.
Para ubicar adecuadamente a los jóvenes habría que preguntarse ¿cuántas poéticas surgieron en la historia literaria de Puno? Se puede hablar de la poética de Alejandro Peralta o de Carlos Oquendo de Amat, salvo alguna omisión que sería motivo de discutirla. La poesía puneña actual se inscribe dentro de estos cánones que siguen un desarrollo en espiral. La narrativa andina puneña tiene origen en los relatos llamados indianistas y que pasaron, necesariamente, por el indigenismo y el neoindigenismo para llegar a este estadío, de la misma manera que la llamada poesía andina ¿postmoderna? sigue el paradigma oquendiano, o articula dialécticamente ambas vertientes.
Los poetas Simón Rodríguez con “Desatando Penas”, publicado en Cusco 1992; Luis Pacho, con “Geografía de la distancia”, Lima 2001; Wálter Paz Quispe, “Obituario del Búho”, Lima 2007; Gabriel Apaza, “Aporía”, Lima 2001; Dárwin Bedoya, “Quiela”, Puno ¿1999?; Fidel Nina, “Herejías”, Arequipa 1996; Luis Rodríguez Castillo. “Enigmas” y “El monstruo de los Cerros”, Lima 2005 (ganador del Premio Copé de Bronce de Petroperú); Edy Sayritúpac, ganador de varios premios regionales y, últimamente, del tercer premio de poesía del Concurso Macrorregional de Cultura 2007, auspiciado por el I.N.C. del Cusco; José Luis Velásquez Garambel, con “Gitana”, Puno 2006 y “Ojos de Cisne” Puno 2007 y; Alesandra Talavera, cuyas edades fluctúan entre los 22 y 37 años, constituyen hoy por hoy, lo mejor de la última generación.
“Los poetas de fin de siglo” vienen haciendo esfuerzos por mostrar su propio rostro con experimentalismos audaces o insertando innovaciones a la poética oquendiana. Considerar la literatura como un continuum no significa que un corpus literario, en una época determinada, no tenga su propia personalidad. El enfoque procesal permite distinguir la unidad y la diversidad como dos aspectos de la misma contradicción. Se unen y contradicen para expresar la misma maravilla textual. Esta poesía que aparece en los noventas y que se produce hasta este momento se caracteriza por estos experimentalismos generadores de imágenes audaces de aparente sencillez, cuyo peso se carga, sin exageraciones torpes, sobre sensaciones visuales, auditivas y cenestésicas. La metáfora, en mi criterio, viene ocupando un segundo plano, aunque cuando la emplean como medio de expresión, generalmente va articulada a los distintos elementos del ambiente y la cultura andina, lejos de los referentes ramplones y de los versos vulgares, ordinarios. Por el contrario, sus lexemas, modulaciones y simetrías son propios de exploradores de lenguajes, de inventores de estructuras, donde los tiempos y espacios caen espontáneamente, como fina llovizna sobre la faz del Titikaka. Un intimismo delicado, pleno de ternura, acosa, en general, esta poesía, en cuanto trasunta un mundo interior estremecido por traumas y frustraciones y; otras veces, asoma el grito bronco como llamarada de protesta contra un mundo convulsionado que nos afecta por igual. Se trata, pues, de una poesía buena, elaborada con el apoyo de un presupuesto teórico valioso. Por eso, sostengo que en estas expresiones continúa la prestigiosa tradición poética de los 30 al 60 del siglo pasado. Constituyen estos jóvenes un piso seguro sobre el que se seguirá construyendo el edificio poético que cimentaron el gran Gamaliel Churata, Alejandro Peralta, Carlos Oquendo de Amat y Luis de Rodrigo. No me cabe ninguna duda de que constituyen la prolongación de esa rica e ilustre tradición. Así debe verse la literatura. Escuchar o leer artículos donde se afirma que Churata y Carlos Oquendo de Amat han sido superados largamente por jóvenes poetas juliaqueños no tiene ningún sentido y no se condice con la verdad. Que pueden ser superados, es cierto; pero, ese tiempo y esos hombres aún no han llegado. No se supera a Boris, a Gloria, a Omar o a José Luis Ayala con bravatas y diatribas, sino, con talento y mucho trabajo.
Los llamados “Narradores de fin de siglo”, contrariamente, trabajan con menos ostentación. Quizá debido a que no tienen antecedentes en las primeras décadas del siglo pasado que los animen y los obliguen a aventuras de mayor envergadura. Lamentablemente, Puno no ha sido tierra de narradores. Hay poca tradición y la que existe se restringe sólo a tres narradores de la época de iniciación: Emilio Romero Padilla, Mateo Jayka y Román Saavedra (conocido también con el seudónimo de Eustaquio Kallata), alrededor de quienes pueden agruparse los aproximadamente 40 ó 50 escritores considerados en las Antologías de José Portugal Catacora o de Samuel Frisancho Pineda, o en los estudios realizados acerca de la novela puneña por Jorge Flórez-Áybar, que aunque escribieron cuentos y novelas de respetable factura fueron obras de trascendencia local y no merecieron reconocimiento en la historia literaria nacional o extranjera, con excepción de Emilio Romero.
Es más, durante treinta años la poesía ensombreció a la narrativa y habría estado en esa condición si no emergía la figura de Luis Gallegos con su libro “Cuentos de Q’oñi Kucho”, publicado en Puno, a inicios de los ochentas y; en Lima, la aparición de Omar Aramayo con su obra “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y perfume”, editado en Lima, todavía en el año de 1971, un libro de cuentos de poco tiraje, que circuló en Lima de modo restringido y fue conocido en Puno sólo por cinco o diez privilegiados. Después de Gallegos aparecen Zelideth Chávez, Jorge Flórez-Áybar, Waldo Vera, Jovin Valdez, Omar Aramayo, José Luis Ayala (Quizá yo también podría integrar esta promoción). Eso es todo lo que los “Narradores de fin de siglo” tienen como predecesores.
Adrián Cáceres Ortega, con su libro “Desde un rincón de tu alma”, publicado en Sucre-Bolivia, el año 1999; Bladimiro Centeno, “Cuentos ganadores del Concurso Nacional Premio Municipalidad de Paucarpata”, Arequipa 1996; Édward Huamán Frisancho, “El beso de la muerte”, Juliaca 2002; Julia Chávez Pinazo, con un libro en preparación; Christian Reynoso, “Febrero lujuria”, novela publicada en Lima, el año 2007; Darwin Bedoya, finalista de un premio nacional auspiciado por Electro Puno y; Javier Núñez, con un libro de cuentos en actual edición, son los representantes de esta nueva hornada de escritores que van caminando con pie firme y con el propósito de lograr un lugar expectante en el consenso nacional de la narrativa peruana.
Se debe subrayar que la narrativa andina de fin de siglo es narrativa andina –-valga la repetición del vocablo-- en cuanto trasuntan nuestro tiempo y recrean historias acaecidas en nuestro ambiente. Los personajes representan a grupos humanos que sufren, viven y luchan por sobrevivir en una ciudad cada vez más cambiante donde lo urbano o citadino anula todo rastro y rostro indígenas. La narrativa andina está muy alejada del viejo indigenismo. El indio no es ya el protagonista principal de sus textos, sino, el hombre común y corriente de las ciudades, el que estudia en la universidad, el que trabaja en oficina, el que es vendedor ambulante o la mujer que baila y se torna promiscua en la Candelaria. Esto, tampoco, es un hallazgo nuevo; viene de la narrativa de Flórez- Áybar, Feliciano Padilla o Waldo Vera. Quizá lo novedoso sea la actitud irreverente del escritor frente a las acciones narradas, como sucede con la Fiesta de la Candelaria, donde Christian Reynoso usa catalejos “invertidos” para ver lo festivo y pecaminoso de la fiesta. Igualmente, se observa una fuerte irrupción de erotismo audaz y, otras veces, delicado, como en la prosa exquisita de Julia Chávez, que va haciendo progresos notables en cada cuento que nos presenta. Los ritmos, el tono y la atmósfera se encuentran bien utilizados, como por ejemplo, en ese cuento surrealista “El cangrejo” de Adrián Cáceres Ortega, quien ha logrado para Puno dos premios nacionales en la República de Bolivia.
Los trabajos narrativos de esta promoción de escritores se adecuan a la estructura del cuento propiamente dicho y la diferencian de la estructura del relato. El relato no es una especie menor ni cosa parecida. Tiene su encanto y es bello como cualquier texto literario. La diferencia con el cuento es que utiliza distinta organización formal. El cuento tiene una estructura distintiva y usa otros mecanismos que lo dinamizan y le permiten sostener la tensión hasta el último segundo. Veo en estos jóvenes un afán permanente de superación, lo cual me da seguridad de que llegarán lejos.
En este CCCXXXIX aniversario rindo homenaje a Puno con esta sinopsis de la última etapa de su historia literaria. Ojalá que el desarrollo económico-social y cultural vayan de la mano para bien de nuestros conciudadanos, porque los hombre y mujeres de esta Región no sólo tienen hambre material, sino, espiritual. El día que hayamos entendido que el desarrollo humano comprende ambos aspectos del ser, habremos encontrado, al fin, el camino más seguro al progreso y a la justicia social. ¡Felices fiestas!
(*) Este ensayo, enviado gentilmente por su autor, apareció en la edición del domingo 4 de noviembre del 2007, del diario Los Andes (Año 79, Nº 22630, Pp. 4-5).
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