Desde el Rincón /
El 19 de noviembre nuevamente acudiremos a las urnas. Esta vez no seremos un voto de los 16 o más millones de electores. Será una elección de vecinos, para elegir a alguien cercano a nosotros. Podremos expresar un poco más lo que queremos y escoger un poco más lo que necesitamos. No tendremos que expresar rechazo, ni desencanto, ni frustración o como dijeron algunos "escoger entre la peste y el cáncer". Sin embargo, por el hecho mismo de que la fecha está cerca, nos lo hace más difícil, porque ¡conocemos a la mayoría de candidatos! Aún así, unos opinan que lo más importante es su perfil personal, su hoja de vida, su calidad como persona; otros, que es más importante analizar sus planes de gobierno, la viabilidad de lo que ofrecen; y otros, más prácticos, su respaldo político. Pero esto implica analizar solamente la oferta, sin pensar o analizar si esta oferta es coherente o se corresponde con las demandas de la población a la que pretenden representar. He señalado en varias oportunidades que nuestra sociedad es multicultural y que hasta hoy, la exclusión de las culturas nativas u originarias o primigenias, como las llaman algunos, ha sido la norma. Nos ha dominado una cultura hegemónica que sobre la base de su visión, se conformaron Estados, se establecieron normas y formas de cómo debíamos vivir, producir, organizarnos y desarrollarnos. A los excluidos se les asignó la tarea de la sobrevivencia, hasta que lógicamente, tarde o temprano, alcancen niveles de extinción. Felizmente eso no ocurrió y dados los resultados de la acción de la "cultura dominante", cada vez con más frecuencia "el mundo" vuelve a mirar, con mucha esperanza y expectativa, lo que sobrevive; lo cual expresa la necesidad de incluir lo que la misma cultura dominante despreció. La característica principal de la población que vive en nuestra región es que es multicultural; en consecuencia ha devenido sistemáticamente en ser excluida. Eso se refleja nítidamente en el accionar de nuestros líderes políticos que hasta hoy, no han sabido considerar las diferencias culturales para absolutamente nada. Más aún, las han interpretado -casi siempre- de forma peyorativa. Por ejemplo, cuando señalan que venden su voto por un pasaje, un par de zapatos, una calculadora o unas cuantas monedas, resaltando de esta forma, actitudes que expresan la "ignorancia total" de votantes quechuas o aymaras. ¿Se han preocupado los que se proponen hacer política, de averiguar (entender, por ahora es mucho pedir) qué roles y funciones, le asigna la población nativa a un representante? ¿Serán los mismos roles y funciones que están consignadas en nuestra legislación? Javier Medina, en un trabajo sobre "la esencia de una democracia participativa municipal de matriz indígena" 1/ analiza las dos visiones diferentes de poder y lo resume en el siguiente cuadro: |
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Estoy de acuerdo con él; pero creo que en nuestras condiciones
locales, el diálogo intercultural parte, como cuestión previa,
del reconocimiento por parte de los que desean irrogarse nuestra representación,
de que las diferencias existen activas (no pasivas) y que su tarea deberá
ser incluirnos a todos al elaborar sus planes de gobierno y ejercer el
poder. "Esta cuestión previa necesita de un trabajo consciente
y será engaño si sólo se presenta como actividad
preelectoral." 2/
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