A estas alturas del siglo XXI es cotidiano escuchar sobre la corrupción como un problema no solo local sino mundial; la ausencia de valores, el desgobierno, guerras no únicamente por intereses económicos visibles sino so pretexto de posiciones radicales y/o extremistas ya sean religiosas o étnicas. Un marasmo caótico parece ser el substrato de la época que nos toca vivir.
La discusión teórica en torno a la caracterización de la época se mueve entre quienes dicen que es la última etapa de la modernidad o transmodernidad1 y otros que la señalan como posmodernidad2 y se la reconoce a partir de la caída del muro de Berlín. Sea como fuere, desde tiempo atrás ya se hablaba también del fracaso de los Estado-nación que se va expresando en todo lo que denominamos globalización o la derrota de la democracia representativa por el neoliberalismo3.
Puno en particular, y nuestro país, el que nos alberga, no es ajeno al embate de los tiempos. Particularmente, convivimos, todos los días y horas, con noticias de muerte, ya sea como el último accidente de la empresa Julsa en la vía Puno-Arequipa; con violencia sexual en contra de los más vulnerables (niños y ancianos, entre otros), mafias que se organizan en torno a la economía informal (minería, contrabando, narcotráfico) y la política (gobierno regional de Ancash, por ejemplo); casos de corrupción en todos los niveles de gobierno; invasiones de terrenos, asaltos en carreteras y creo que podría llenar otro párrafo señalándolos.
Pero estos “desarreglos” no serían sólo porque la sociedad va involucionado, sino también y en gran medida, porque el Estado ha sido rebasado por una realidad que no puede ser contenida en su estructura, anclada en un positivismo existente sólo en el papel.
Se discute en estos días por ejemplo, la no reelección de presidentes regionales. El principal argumento es evitar la corrupción. Sin embargo, la práctica nos dice que no puede haber desarrollo en un periodo de gobierno (cuatro años). A pesar que haya planes quinquenales o de más largo plazo, como 10 o 20 años, es usual que cada gestión de gobierno es casi personal; se cambian prioridades, se cambian gerentes (personal de confianza) y cada presidente aprende de cero. En consecuencia, se sacrifica la gobernabilidad, los planes de desarrollo por más estratégicos que hayan sido diseñados, para evitar corrupción o nepotismo y entonces nos preguntamos ¿el desarrollo es posible? ¿Se pueden sacrificar políticas públicas porque hay que priorizar políticas administrativas?
Por ser época electoral, muchas autoridades de gobiernos locales que van a participar en la contienda que se aproxima, tienen que dejar su cargo. La autoridad que lo reemplaza por unos cuantos meses puede legalmente cambiar a todos sus gerentes ¿es posible con esa práctica, mantener la continuidad de gestión necesaria como para permitir desarrollo local o regional?
Parecería una reflexión pesimista; pero creo que lo sería si es que insistimos en los paradigmas con los que crecimos y que están en cuestión e incluso, en el caso del modelo de Estado-nación que está demostrado que ha fracasado. No sólo sería pesimista insistir, sino insano. Lo más realista del mundo es hacer conciencia que eso es así y que hay necesidad de revisar esos paradigmas, releer la realidad con otros ojos, el de los otros, el de los subalternos, el de los invisibilizados y reinventar nuevas formas societales, nuevas formas de convivencia tanto públicas como privadas.
En nuestra región por ejemplo, tendríamos que incorporar en las acciones de gobierno a más actores relacionadados con la persona elegida pues cuando se la elije, la familia directa o la familia social (de la comunidad o de su localidad) se sienten también comprometidos; que los cargos ejecutivos sean por rotación, pero el cargo político habría que ganarlo demostrando que se es digno de confianza y eso es con los años; que la educación se dé en el colectivo y entonces no habría que llevar la escuela a la comunidad sino la comunidad a la escuela; que durante la festividad haya licencia para beber, pero no que todos los días sean fiesta; que a los burócratas delincuentes debiera prohibírseles usar corbata y por el contrario deberían ponerse overol y hacer servicio civil limpiando la ciudad o trabajando en los parques o clasificando basura, etc. (con el respeto que se merecen las personas que realizan esos oficios decentemente). En fin, habría que ir recreando y creando nuevas formas y códigos de convivencia.
Se me ocurre pensar en lo que significaría ejercer una democracia directa a través de organizar los barrios (o manzanas/cuadras o grupos de ellas) como comunidad/ayllu; organizar a un nuevo Estado con regiones autónomas como en Suiza, donde el eje de cada región es básicamente la cultura (salvando las distancias, también España); implementar el ejercicio del derecho consuetudinario como el de las Rondas Campesinas o aunque parezca mentira, en Estados Unidos; darle su sitio al conocimiento ancestral en torno a la medicina tradicional como en Canadá, o a los sistemas de producción, uso de tecnología o formas de autogestión (como en las comunidades quechas y aymaras de nuestra región); desarrollar la práctica de las epistemologías del sur en las universidades; en suma, mirar a nuestros propios pueblos con otros ojos y recoger experiencias, que nos sean útiles, de los pueblos de los cinco continentes, sin complejos ni alienación.
Tenemos una deuda con el futuro y el futuro de las generaciones venideras; hemos malogrado nuestro único planeta; claro, unos más que otros pero somos estos otros los que pagamos el grueso de la cuenta. Es hora que nos detengamos no sólo a reflexionar y debatir sobre el asunto, sino a mostrar la firme voluntad de respetar las pluralidades considerando las diferencias y eso no se logrará si permanecemos indiferentes y dependientes de una colonialidad integral: del ser, del saber y hacer, y del poder.
1. Ver: Enrique Dussel (2005). Transmodernidad e interculturalidad (Interpretación desde la Filosofía de la Liberación). Universidad Autónoma de México. México. 28 pp
2. Entre otros, Gianni Vattimo, la analiza en varios de sus trabajos (El pensamiento débil, 1983; El fin de la modernidad, 1985; Después de la muerte de dios. Conversaciones sobre religión, política y cultura, 2007)
3. Señalada por Boaventura de Sousa Santos, en https://www.youtube.com/watch?v=E7BSirUOFio (Ingreso 14/6/2014, 1:00:52)
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