Desde el rincón/
Parecería el título de una obra literaria, pero se trata de la piedra invisible en el camino del desarrollo, que en todo caso es parte del realismo mágico de nuestra América mestiza. La población de esta parte del mundo, desde muchísimos años antes de Cristo, se asentó en diversos espacios y fue creando y desarrollando culturas propias. Probablemente esas culturas evolucionaron por selección natural hasta el siglo XV de nuestra era, en que llegaron gentes que habían tenido su propio desarrollo, basado en concepciones distintas, en pensamientos distintos (de "cultura occidental y cristiana" la denominan). Ambos grupos culturales tenían méritos, características, dioses distintos. La confrontación fue tan grande y desigual, que no lograron asimilarse o integrarse la una con la otra hasta nuestros días, pese al tiempo transcurrido. La cultura foránea se impuso y fue excluyendo a la nativa con distintos y variados argumentos: primero dudaban que fueran seres humanos porque no eran como ellos, luego los sojuzgaron y consideraron poco más que bestias de carga, inclusive asumieron ser dueños de sus vidas; impusieron su idioma, sus ropas, su religión y sus costumbres. No les atribuyeron ningún valor. Por ejemplo, en la construcción de sus caminos, de sus ciudades, de la fabricación de sus ropas, de sus sistemas agrícolas y de sus conocimientos sobre el espacio que pisaban. En otras palabras, los decretaron ignorantes, sólo por ser y pensar distinto. Todos sabemos cuál fue el trasfondo político, económico, social y cultural. También sabemos que correspondió a una época ya pasada; sin embargo, los sucesores de esa cultura, con variantes, siguen imponiéndose y dominando a las poblaciones nativas, que hoy como ayer siguen excluidas, a pesar que, ayer como hoy, fueron y son mayoría. ¿Que ha pasado? Nunca lo vi tan claro como después de leer el libro La Batalla por Puno (Rénique, José L., 2004). Excelente análisis y académicamente bien trabajado. Sin embargo, toda la historia allí analizada corresponde y se corresponde con los estándares que el tipo de investigación requiere dada su condición de estudio universitario: fuentes históricas escritas, método de investigación, trabajo en torno a hipótesis, etcétera, etcétera. Los actores de esa historia, particularmente quechuas, aymaras, que forman parte de esta población nativa, mayoritaria, excluida, que no ha tenido lengua escrita, entonces que no ha registrado los hechos de la historia que ha vivido en papel (y que inclusive, el mundo académico se ha preocupado poco de averiguar suficientemente ¿cómo es que han guardado y qué han guardado de su protagonismo histórico?), ¿cómo han sido incorporados en ese análisis de historia oficial? ¿qué parte les corresponde?. J. L. Rénique ubica a sus representantes como "emisarios" o como "mensajeros"; es decir, gente que procede de la población quechua o aymara, y que hace o intenta hacer de intermediario, pero unilateralmente desde los excluidos. Desde ellos, también se ubica el único puente serio de inclusión: su lucha por la escuela o por la educación. Intenté ubicar otros puentes, desde el grupo que pretende representar a todos los peruanos: el Estado, y la verdad no los encontré. Puede explicarse de mil maneras y desde diversos enfoques, pero lo real es que no existen y si los hay, son extremadamente frágiles. Podemos concluir entonces que conviven en un mismo territorio dos tipos de sociedad diferentes: 1. Una sociedad dominante, representada por el Estado, con leyes
basadas en el derecho romano, con una estructura basada en un pensamiento
"occidental y cristiano" y una lógica de acumulación; Entre estas sociedades (reconocidas literalmente en la Constitución del Estado: país multicultural), la parte oficial, la que detenta el poder, se ha preocupado muy poco por incorporar la diversidad en el manejo y construcción de ese Estado que se irroga de todos los peruanos. Así, todo lo que han logrado los excluidos ha sido a fuerza de sudor, lágrimas y sangre. De allí que la lucha continúa y el desarrollo es sólo un concepto abstracto. Esa diversidad DEBE incluirse para que el desarrollo deje de ser una abstracción. Y una de las maneras es hacer de la interculturalidad (que aparece como "la piedra invisible") un eje transversal de nuestras acciones y proyectos, de nuestra cotidianidad. Sólo así, podremos hacer un Perú para todos los que nos denominamos peruanos. (*) Ana María Pino Jordán |