Mi encuentro con la Interculturalidad (*)

 

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En: Mesa redonda II. Reflexiones en torno a la Interculturalidad. XVI Simposio de Estudiantes de filosofía PUCP. Noviembre 2020.


Testimonio de una trayectoria de vida y trabajo en el que en un momento dado hay un encuentro con el término “interculturalidad” que permite identificar el sentido de una práctica sistemática, las diferentes acepciones del término según el/los actores que la asimilen hasta llegar a identificarla, en su sentido “liberador”, como una estrategia que permitiría humanizar una humanidad deteriorada.



Soy Ana María Pino Jordán, ingeniera zootecnista, con dos hijos y una nieta. Vivo en Puno.

Mi compromiso, con los organizadores del simposio, es contarles cómo es que me encuentro con la Interculturalidad que es el tema de esta mesa.

Desde que salí de la U (La Molina), ligué mi profesión con la educación en el supuesto que el proceso productivo era el mejor instrumento para la educación política; entonces, en la línea de la educación popular (Paulo Freire) y dado el contexto político (gobierno de Velasco Alvarado), nos embarcamos en la tarea de apoyar a los nóveles cooperativistas en el valle de Huaura-Sayán.

Les cuento esto porque fue mi primer y gran aprendizaje. Nos comprometimos a hacer “capacitación” en una cooperativa de producción lechera. Preparando el evento, hicimos un esquema de cómo abordaríamos el tema pero no nos pudimos poner de acuerdo en la secuencia (dos éramos zootecnistas y uno veterinario) y acordamos que entregaríamos a los participantes tarjetas con los ítems de contenido y ellos, los asistentes, lo ordenarían según su interés. Al sistematizar el resultado fue sorprendente para mí que el orden que ellos dieron era exactamente a la inversa que el que nosotros llevábamos como propuesta. ¡Me sirvió de allí en adelante! No les voy a contar las explicaciones que en ese entonces nos dimos.

Llegué a Puno e integré un grupo interinstitucional que trabajaba con empresas asociativas (capacitación) por un lado y con organizaciones campesinas de base por el otro (organización). Cada uno de nosotros, venía trabajando años con campesinos y una de las primeras tareas a la que nos abocamos fue hacer un “análisis de la realidad puneña” pues se hablaba de la “arqueología del desarrollo” y lo que se hacía comúnmente es hacer calzar la realidad en una determinada ideología. Para no hacerla larga, ubicamos que el campesino comunero era el que mejor conocía su realidad; y en torno a esa constatación, teníamos que abordar:
- primero; la formación de cuadros, tanto campesinos como profesionales, para darle continuidad a las tareas que se implementen, ya que a la larga ellos serían líderes o decisores políticos.; y
- segundo; una metodología de intervención que la llamamos “de acompañamiento” pues nuestra tarea sería intercambiar conocimientos.

En el desarrollo de nuestras actividades íbamos percibiendo cada día que el problema no era la relación y acuerdos con los campesinos, era con los profesionales y sus actitudes manifiestas en la relación. Los campesinos además de conocer su realidad, tenían muy claro que eran quechuas o aymaras, lo que no ocurría con los profesionales. El pasar por la universidad los aculturó, alienó, y como señala Zenón de Paz “no querían ser lo que eran” (su conclusión después de leer a Churata) y vivían en eterno conflicto identitario.

Esa era finalmente la razón principal por la que a la hora de plantear acciones de desarrollo idealizaban, y lo siguen haciendo, lo que miraban fuera (en EEUU, Europa) e invisibilizaban, o no le daban valor, a todo aquello con lo que contaban: territorio, asociatividad, capacidades, habilidades, conocimientos, tecnologías, habidos en el espacio en el que querían intervenir.

La tarea entonces era realizar actividades que hiciera visible el valor de su entorno para reforzar una débil autoestima, fundamentalmente cultural. La cuestión del autoestima se daba a nivel personal, individual, pero también a nivel de grupo social y cultural. Nuestra opción fue por evidenciar su valor cultural y eso sólo se podía hacer con actividades culturales. Cada 4 meses organizaba exposiciones con diversos temas, las hicimos de polleras, ponchos, textiles, papas, quinua, arte rupestre, hierbas medicinales, entre otras.

Era mi emprendimiento, entonces fungía de productora, curadora, guía y tuve que empaparme temáticamente. Aprendí mucho y a medida que iba conociendo más de etnohistoria, antropología, también me iba dando respuestas a varias preguntas que quedaron pendientes de cuando trabajaba en las comunidades p.e. cada comunidad tenía una directiva según reglamento, entonces cada año eran elegidos; sin embargo, el presidente era el único que funcionaba, hasta llevaba consigo el libro de actas, y cuando por alguna razón, de fuerza mayor, se ausentaba, lo reemplazaba su hijo, no el vicepresidente. Esos años fueron de rico aprendizaje también, pero casi siempre me estaba interpelando.

Trabajando en las actividades culturales es que me encuentro con el término “interculturalidad”. Ya antes conocía el de “intercultural” a partir de las propuestas de educación bilingüe. Oscar Espinosa, de la joven universidad Antonio Ruiz de Montoya, vino a Puno a sondear la posibilidad de ejecutar un programa de diplomados, en una modalidad súper interesante que fue la de grupos de estudio. Uno de los temas ofrecidos fue el de interculturalidad. Me apunté, le dije que me interesaba y que estaba dispuesta a empujar el carro. Sentía que toda mi vida profesional había estado dentro de ese concepto y había logrado bastante experiencia, que podía considerarse suelta o atípica; en consecuencia irreplicable.

Hacer el diplomado fue fantástico. Formamos un grupo de estudio multidisciplinario. Estaba diseñado inicialmente en 1 módulo introductorio y 5 de profundización. La UARM nos envió la lista de lecturas que tendríamos que trabajar en cada módulo, nos enviaba los textos y monitoreaba nuestros avances a través de unas fichas que teníamos que llenar luego de cada sesión. Nosotros nos organizábamos con libertad para decidir el tiempo, la frecuencia y lugar donde reunirnos. Acordamos reunirnos cada semana.

Cada módulo tenía un eje temático aunque eso lo percibíamos luego. El primer módulo fue introductorio para ir familiarizándonos con el término a través de textos académicos pero también de literatura que mostraba la problemática. En el segundo, los temas centrales estaban relacionados con racismo, discriminación, exclusión; en el tercero, nos adentramos en temas más teóricos como las reflexiones que tenían que ver con la diversidad cultural, como se relacionan y la presencia “del otro”. En el cuarto, trabajamos el fracaso del estado nación y algunas propuestas de cómo abordar la interculturalidad.

En el siguiente módulo veríamos temas de filosofía intercultural y estábamos con mucha expectativa. La universidad nos comunicó entonces, que habiendo evaluado su propuesta académica ya podíamos diplomarnos porque, para ellos, sería suficiente 5 módulos. Nosotros les propusimos que nos enviaran las lecturas y aún cuando el módulo no tenga valor académico nosotros queríamos seguir, porque nos parecía que nos quitaban la cereza del pastel. Desde entonces seguimos reuniéndonos ya con temas propuestos por nosotros mismos.

Así pudimos encontrarnos y discutir con textos de Zenón Depaz, Peña Cabrera, Tubino, Villoro, Kush, Cullen, Fornet-Betacourt, Escobar, Quijano, Medina, Estermann, Scannone, Panikkar, De Vallescar, Ortiz, Descola, Santos, Quijano, Walch, Dussel, Contreras, entre otros.

Pero también, nos dimos cuenta de que el término había logrado muchas acepciones según más o menos su lugar de enunciación y había que tomar posición frente a él. En un principio sólo podíamos distinguir entre lo que considerábamos “interculturalidad light” y la interculturalidad que primero denominamos “dura”, luego “subversiva” (denominada así por Panikkar) y ahora “liberadora”, optamos por esta última que se fundamenta en “el derecho de ser y estar (existir) de cada cultura”, entendiendo que cada cultura responde a una “matriz civilizatoria” como lo diría Medina u “horizonte de sentido” como lo denomina Depaz.

Para finalizar, les contaré que hace unos años llegamos a la conclusión de que la interculturalidad sería una utopía si es que no trabajábamos cuestiones previas:
- La primera; la descolonización de nuestras mentes para poder ver “al otro” de igual a igual; a “ese otro en tanto otro” como lo dice Cullen interpretando a Kush, a “ese otro en tanto otro, no la representación que nos hacemos del otro”, a “ese otro que nos interpela y nos dice: heme aquí, ¡no me violentes!”, ese otro que se diferencia no por su ubicación social.
- La segunda; necesitamos nuevos paradigmas que nos permitan aproximarnos con mejores herramientas al sentido del otro (recordar que “toda interpretación, es nuestra interpretación" como lo señala Panikkar); y
- La tercera; trabajar los “equivalentes homeomórficos” (propuestos por Panikkar) para poder realizar ese “diálogo dialaogal o duologal”, dialógico, entre matrices de sentido, requerido para lograr interculturalidad, la que consideramos estratégica para re-humanizar, globalmente, nuestra humanidad.

Creo que ustedes, los estudiantes de filosofía, son las personas con más aprestamiento y habilidades para abordar estas dos últimas tareas. Ojala que haya animado a algunos de los presentes; si así fuera, me daría por satisfecha con mi intervención en esta mesa.

Muchas gracias.


Intervenciones

La pregunta para los panelistas fue: ¿Cómo el contacto/conflicto en procesos de crisis presenta el desafío de plantear diálogos y soluciones en condiciones de horizontalidad cuando te enfrentas a encuentros que históricamente han sido asimétricos?

¡Son muchos contenidos los que se están planteando! y la relación con la interculturalidad es más pragmática. Diana de Vallescar define la interculturalidad como una actitud y es esa actitud la que si la ponemos en práctica nos va a permitir no solo tolerar al otro sino entenderlo o tratar de buscar el equivalente o la analogía con lo que nosotros pensamos o sentimos.

En realidad no sé si responder a la pregunta o por ejemplo cuando Pablo [Quintanilla] habla de los espacios compartidos me hace pensar en los equivalentes homeomórficos planteados por Panikkar que señala que estos equivalentes tendrían que trabajarse o establecerse en cuanto a su función y su contexto en el que se dan. Son analogías de sentido, que me parece que están relacionados a estos espacios compartidos que señala Pablo. Yo no manejo mucho la terminología ni la jerga filosófica, pero me parece que allí podríamos tener algún punto de contacto.

También se me ocurre pensar en lo que dice Nani [María Angélica Pease] sobre la educación, que es homogenizante, yo digo colonizadora, reproductora de colonialidad, y que no sólo se da en las etapas básicas, primarias, y que se tendría que trabajar también en las universidades, por ejemplo en Bolivia, escuché algunas veces, se habla de pluriversidad en lugar de universidad, si solo hablamos de universidad ya estamos estableciendo jerarquías. Trabajar desde la pluriversidad permitiría tal vez ese contacto más horizontal, ese contacto menos jerarquizado en la convivencia y en cuanto a la relación que tenemos que establecer entre nosotros.

En algún momento también, cuando Pablo habla de empoderar, refiriéndose al otro, me hace acordar a Paulo Freire cuando decía que “nadie educa a nadie, pero tampoco nadie se educa solo” “nadie capacita a nadie; nadie se capacita solo” y parafraseándolo podría decir “nadie empodera a nadie, ni nadie se empodera solo”, es en la relación y por eso es estratégica la interculturalidad que permitiría aprender a relacionarnos con “el otro” horizontalmente, básicamente sobre la base de una actitud de querer una convivencia más armónica.


(*) Ana María Pino Jordán
promotora@casadelcorregidor.pe