Desde el rincón/
Cabildo abierto. Revista de análisis político. Puno, Perú. N° 7, junio-julio 2005. Pág. 18.

¿Celebrar la "independencia"? (*)

Recibí un correo del editor de la revista que me comunicó que se vencía el plazo para que enviara el texto de mi columna; además, sugiriendo que como la edición saldrá en julio, el tema podría estar relacionado al 28. ¡Qué susto!. Hay celebraciones que siempre me cuestiono en el sentido de lo que tendríamos que celebrar. Pero en fin, no sé si esta vez cumpliré el objetivo ¡Usted lo dirá!

En retrospectiva, en 1821 se logró la independencia política del Perú. El triunfo fue para la clase política de la época que luchaba en esencia por la igualdad y no por la justicia, pues si bien deseaba manejar el poder igual que lo hacía España -sin competencia ni dependencia y teniendo el derecho de cometer sus propios errores y celebrar sus aciertos-, dejaron de lado, en términos reales, la explotación, la discriminación y la exclusión de las poblaciones mayoritarias (indios y esclavos). De alguna manera, culturalmente no nos independizamos de la misma manera que lo hicimos políticamente y las consecuencias las podemos ver hoy más claras que ayer, por el mismo proceso de "mundialización" pues como diría Wallertein: la globalización es un proceso que tiene más de 500 años.

Esto y mucho más, se me ocurrió revisando una última publicación que analiza el caso de Ilave. El trabajo comienza describiendo el ámbito que ocupa y sus características. Pero siendo, sin temor a equivocarme, que el 99% de su población es aymara, en la descripción no señala absolutamente nada de lo que significa ser aymara como para tenerlo en cuenta. Excepto, claro está, lo que dice la prensa amarilla de que los aymaras son violentos. Hay mención de algunos detalles que son expresivos de su cultura, como por ejemplo que la gente se hacía presente en las manifestaciones con carteles que señalaban que la comunidad tal o cual estaba "presente", pero se mencionan casi como anécdota, sin que signifique algo para el análisis.

En varios capítulos posteriores se analizan los cambios políticos, económicos y sociales de la región y de la zona, pero nuevamente se excluye del análisis, los cambios culturales (Bueno, creo que es lógico si no se lo considera variable de análisis). En fin, para no hacerla larga, sólo hay un párrafo en donde se mencionan las "legitimidades populares" (sic) pero el autor no dedica un solo párrafo a tratar de señalar cuáles son éstas ni a explicar su por qué, ni si representan conflicto con las "legitimidades oficiales" y si ese conflicto podría haber sido el determinante (por ejemplo). No olvidemos que lo cultural está detrás de la toma de decisiones de cualquier individuo (como persona o como colectivo).

El resumidas cuentas, el trabajo resulta muy interesante desde sólo un enfoque, el de la oficialidad. Pero entonces, su utilidad se restringe a la hora de incluir a los otros: los marginales al y del sistema. Y seguimos acumulando papel que no se transforma en solución, sino demos una miradita a la cantidad de estudios, diagnósticos, investigaciones, análisis, propuestas, etcétera que se han producido en los últimos años y su incidencia en la vida política de nuestra sociedad.

Lo lamentable es que así como Ilave, generalmente nos olvidamos que nuestro país es multicultural y que cada desarrollo cultural debe ser tenido en cuenta y considerado con respeto y rigurosidad. Nuestra multiculturalidad es nuestra riqueza como país y desde la oficialidad hay que dejar de tratarla como amenaza y convertirla en oportunidad.

Ojalá que haya tenido la capacidad para dejar ver, en esta columna, el por qué me asustan ciertas celebraciones y por qué la Independencia, sea una de ellas. En general me asustan las medias verdades o las mentiras bien dichas, las catarsis que conforman o satisfacen e impiden un cambio necesario, el autoengaño (entre la variedad de sustos que pueden existir, reales o virtuales, o como nuestros propios fantasmas).

(*) Ana María Pino Jordán
promotora@casadelcorregidor.pe