Maya Stanfield-Mazzi (Los Angeles, EE.UU., 1972). Es, actualmente, Profesora de Historia del Arte, en Tulane University, New Orleans, EE.UU. Hizo su doctorado en Historia del Arte, en la Universidad de California, Los Angeles (2006) y Maestría en la misma universidad (2000). Su base académica fue un bachillerato en estudios latinoamericanos (Smith College, Northampton, Massachusetts, 1994). Su trabajo sobre la Virgen del Rosario de Pomata, resulta un aporte importante para Puno y su herencia cultural.
  Puno, Diciembre 2006
 

 

LA VIRGEN DEL ROSARIO DE POMATA,
EN SU IGLESIA
Y EN EL VIRREINATO
(*)



         


          Durante la época colonial en el Perú, ciertas esculturas de la Virgen María y de Cristo adquirieron la fama de ser milagrosas, o mejor dicho según las fuentes eclesiásticas, de ser imágenes mediante las cuales actuaban estas dos divinidades cristianas (1). Una vez que los milagros asociados con estas imágenes fueron publicados, sea de manera oficial o por comentarios verbales, se empezaron a crear copias de ellas, en forma de esculturas, estampas, pinturas y relicarios. Una de las esculturas milagrosas que más se representaba durante esta época, especialmente en lienzos, fue la de la Virgen del Rosario de Pomata.

          La imagen original pertenece a la iglesia de Santiago de Pomata, un pueblo en la ribera sur-occidental del Lago Titicaca que durante la época colonial formaba parte del obispado de La Paz. Las representacio-nes de esta escultura fueron difundidas por todo el virreinato. Un gran número de las pinturas proviene de la escuela cuzqueña de los siglos XVII y XVIII, y muchas están hoy en iglesias y museos del departamento de Cusco (figura 1).
           Imágenes de la Virgen de Pomata existen también en otros pueblos del departamento de Puno, Perú y en La Paz, atribuidas a maestros anónimos de la escuela del Lago Titicaca (figura 2). Además, existen dos ejemplares en Casabindo, en la provincia de Jujuy, Argentina, atribuidos al pintor potosino Mateo Pisarro (Burucúa, 1999).(2)
          La presencia de estas obras resulta ser una prueba del culto colonial a esta virgen que no es igualada en cantidad por las fuentes documentales. Este artículo explica qué tipos de documentación existen sobre Pomata y su virgen y se apoya en los documentos existentes para dar luz al complejo de imágenes relacionadas con la Virgen de Pomata. Utiliza las fuentes
escritas para confirmar cuáles elementos delas imágenes secundarias (o copias) tenían que ver con el culto a la imagen original en Pomata, y cuáles hacían que las imágenes funcionaran fuera de Pomata, en el resto del virreinato. También describe elementos de los rituales que ocurrían en torno a la Virgen y habla sobre los protagonistas de estos rituales, a manera de explicar por qué la imagen de la Virgen de Pomata fue un aspecto tan importante de la cultura visual durante la colonia.

La documentación existente

           De 1542 a 1572, la orden dominica controlaba la provincia de Chucuito, incluyendo el pueblo de Pomata. La información documental sobre esta época consiste en informes realizados por oficiales de la Corona que critican las actividades de los dominicos -y que finalmente llevan a su expulsión de la provincia por un cuarto de siglo- y las respuestas de los dominicos a estas críticas (Diez de San Miguel, 1964 [1567]; Gutiérrez Flores, 1970 [1573]). También existe una crónica del fraile dominico Reginaldo de Lizárraga escrita entre 1560 y 1602, que menciona la riqueza de Pomata en cuanto a ganado y tierras (Lizarraga, 1946 [1602]: 120), pero parece que la imagen de la Virgen de Pomata, o por lo menos su prestigio, no existía todavía porque ninguna de estas fuentes la menciona.
          Después de ser expulsados deChucuito por el virrey Francisco de Toledo en 1572 y ser reemplazados por curas seglares, los dominicos lograron retomar en 1592 sólo las tres parroquias del pueblo de Pomata, y se restablecieron allí en 1600 gracias al obispo de La Paz Alonso de la Cerda, quien anteriormente había sido provincial de la orden dominica en el Perú.
           Permanecieron los dominicos en Pomata por un siglo y medio, hasta que en 1753 una real cédula estipuló que cuando muriesen o se retirasen los párrocos regulares, debían ser reemplazados por curas diocesanos. En ese mismo año murió fray Joseph Barreto y el cura seglar interino José de Mariaca tomó su lugar, marcando el final de la presencia dominica en Pomata. A pesar de que las fechas de las pinturas de la Virgen de Pomata testifican que el culto a esta Virgen se originó y creció durante el segundo período de los dominicos, casi no existen fuentes documentales sobre Pomata durante esta época, ni en Pomata ni en Lima o Roma (Meiklejohn, 1988: 201). Y debido a una constante reticencia por parte de los religiosos en Chucuito --tanto de los jesuitas en Juli como de los dominicos en Pomata-- de someterse a las visitas anuales que conducía el obispado de La Paz, tampoco hay mucha información sobre Pomata en La Paz relativa a esta época (3). La única fuente del siglo XVII referida a la Virgen de Pomata es la crónica del historiador dominico, fray Juan de Meléndez, cuyas observaciones trataré en seguida.
          Esta ausencia de información ha hecho que falten estudios sobre la Virgen y su culto, a pesar de que su imagen fuera tan difundida en el virreinato (4). Felizmente, se dispone de otro grupo de documentos sobre Pomata durante la Colonia, que son los producidos después de 1753 por la iglesia seglar. En el Archivo Eclesiástico del Arzobispado de La Paz existen los informes de dos visitas que se hicieron a Santiago de Pomata en 1766 y 1794 (5). Como una de las preguntas rutinarias que se hacía sobre la conducta del párroco trataba del dinero que él recibía para las fiestas principales de su iglesia, aquí se encuentra información importante sobre la participación del pueblo en la fiesta de la Virgen del Rosario. Además, existen en el Archivo Regional de Puno una serie de cuatro inventarios de la iglesia, creados entre 1773 y 1836 (6). Estos inventarios nos describen cómo se presentaba a la Virgen de Pomata a fines del siglo XVIII, enseñan aspectos del culto a ésta y nos confirman cuán fieles a la imagen principal eran las copias (7). Los recibos de donaciones a la iglesia que están incluidos entre los inventarios nos hablan sobre los devotos a la Virgen, quiénes eran y cómo mostraban su devoción. Y los inventarios confirman que había obras de arte en la iglesia que indudablemente jugaban un papel importante en difundir los milagros y la iconografía de la Virgen de Pomata.


La correspondencia entre la imagen original y las copias

No sabemos con certeza en qué año fue creada la imagen de la Virgen de Pomata, ni cuándo llegó a la iglesia de ese pueblo; tampoco conocemos el nombre del escultor que la creó (figura 3). En su obra publicada en Roma en 1681, fray Juan Meléndez sustenta que la parroquia de Pomata fue devuelta a los dominicos porque el obispo de la Cerda conocía la devoción que tenían los frailes a la Virgen María "en su prodigiosa imagen, debajo de la invocación de su Rosario" (Meléndez, 1681-82: I, 446). Este comentario, además el hecho que la Virgen del Rosario era para los dominicos su advocación preferida de la Virgen María (debido a la tradicional creencia que la Virgen mandó a Santo Domingo a predicar el rosario), indica que la imagen fue traída por estos mismos frailes. Pero como se ha anotado arriba, las fuentes de fines del siglo XVI no mencionan la imagen, aunque el informe de una visita en 1567 indica que la iglesia de Pomata era la más lujosa de Chucuito, y que había costado 32,000 pesos su construcción y decoración (Diez de San Miguel, 1964: 232).
          La orden Agustina recién había tomado posesión de Copacabana en 1589, y a partir de esa fecha empezó a ganar fama la Virgen de ese pueblo, que había sido esculpida por Tito Yupanqui en 1582.

La Virgen de Pomata está tallada en madera y esgrafiada de la misma manera que la Virgen de Copacabana, y estilísticamente es muy parecida a ésta. Por lo tanto, considero que la imagen de Pomata es de la primera época de los dominicos (1542-1572) o de los años en que luchaban por controlar el pueblo (1592-1600), pero que sólo se empezó a difundir su culto cuando los frailes se establecieron en él (para 1600), como respuesta a la difusión que los agustinos hacían a su imagen.
          Meléndez habla brevemente sobre la Virgen de Pomata --como dice que se llamaba comúnmente-- pero explica que no proporciona descripciones de sus numerosos milagros porque requerirían un tomo aparte, que nunca se escribió. Dice que la imagen atraía a romeros de todas partes del Perú. Sustenta que medallas de plata con el retrato de la Virgen se mandaban por todo el mundo, y que ella obraba milagros cuando los devotos invocaban su presencia usando medidas y estampas con su imagen (Meléndez, 1681-82: I, 620)(8). Las medallas y estampas podrían haber sido esenciales para la difusión de su culto y de su particular iconografía, pero no conocemos ninguna medalla de la Virgen de Pomata. En cuanto a las estampas, sólo se conocen cuatro láminas de cobre grabadas y luego pintadas, que posiblemente sirvieron para hacer estampas. Sin embargo, estas láminas son del siglo XVIII, demasiado tardías para ser de las que originaron su iconografía(9). Según los documentos notariales que he consultado, la mención más antigua de una pintura de la Virgen de Pomata es de 1677(10).
          Como las láminas no funcionan para nosotros como imágenes originarias, es aun más importante estudiar la imagen original para ver cuáles aspectos de ésta inspiraron las copias, y cuáles aspectos pueden haber sido "invenciones" de grabadores o pintores. Basándose en el canon del arte renacentista italiano, la historia del arte tradicionalmente ha favorecido obras de arte narrativas, y normalmente la palabra "invención" se reserva para esas obras que cuentan historias de una manera original. Por lo tanto, hablar de invención en cuanto a las imágenes de la Virgen de Pomata puede parecer exagerado, como son imágenes descriptivas, no narrativas, que presentan a una escultura en un altar para fines devocionales. Pero las diferencias entre la escultura original y las copias, y el hecho de que no hay dos copias iguales, muestran que esta replicación era un campo de acción, si no de invención. Mientras evidentemente los artistas se tomaban libertades en cuanto a la representación de la vestimenta de la Virgen y los adornos en su altar, también parece que la acción de pintar esta imagen tenía como fin registrar momentos históricos en la vida ritual de la Virgen, ya que los aspectos materiales de los ritos cambiaban constantemente.
           Las imágenes de la Virgen de Pomata se deben a la tradición europea de representar esculturas específicas encerradas en sus altares. Una colección de vírgenes milagrosas presentadas de esta manera, en formato de libro que podría haber llegado al Perú, es el Atlas Marianus de W. Gumppenberg de 1653. El historiador del arte David Freedberg observa en estas imágenes una infinidad de variaciones en la presentación de cada virgen, las cuales pertenecen a tipos ya variados, como la Virgen del Rosario y la Virgen de la Purificación. Nota que la variedad y la suntuosidad en el adorno de cada virgen y su altar daban fe del afecto y la admiración que tenían los devotos por esa virgen específica. Además, subraya que esta especificidad, la identificación de la Virgen como única, tenía que ver básicamente con cómo se presentaba visualmente (Freedberg, 1991: 115-20). La Virgen de Pomata es primero una Virgen del Rosario, que ya en sí es una advocación de la Virgen María con una iconografía específica; normalmente la Virgen del Rosario está vestida de rojo y azul y lleva un rosario en la mano derecha, mientras el Niño hace una señal de bendición con la mano derecha y sostiene un mundo rematado con una cruz en la mano izquierda. Aunque la escultura original de la Virgen de Pomata conserva todos estos aspectos, hay algunos de su presentación y de su representación en las imágenes secundarias que la identifican como la Virgen de un pueblo en las riberas del Lago Titicaca, llamado Pomata.

           En las copias, la Virgen y el Niño siempre se presentan revestidos con ropa verdadera. El manto de la Virgen traza una forma triangular, y la Virgen tiene el cabello suelto, rojizo y ondulado. Esto es a diferencia de la escultura en sí, donde la ropa de la Virgen y la del Niño --representada con pan de oro y policromía según la técnica española del estofado-- sigue los contornos de sus cuerpos y la Virgen lleva la cabeza tapada (figura 3). Sin embargo, estos aspectos de las copias están de acuerdo con la presentación de la escultura hoy en día y con lo que encontramos en los inventarios. Actualmente la Virgen aparece con una peluca larga en la cabeza y está revestida con un camisón blanco, un escapulario que cubre éste y un manto, cuya base ancha se mantiene con un palo horizontal (figura 4). La ropa que vemos en las imágenes secundarias, tal como la que nos describen los inventarios, es parecida pero con más detalle. El inventario más antiguo de 1773, levantado por el cura interino Francisco Carrión, enumera la ropa "de la Señora"

que está guardada en la sacristía. El primer conjunto consiste en "un manto tisú de oro ajardinado, con franja de milán de oro, forro de tafetán azul, y escapulario de tisú de plata, forrado en bretaña"(11). La descripción del manto se entiende bien cuando se compara con una pintura como la de Caracoto (figura 5). El manto es la prenda larga que lleva la Virgen sobre los hombros y que hace que su cuerpo tenga una forma triangular. En ambos casos está decorado con motivos florales, a saber, es "ajardinado", y tiene una franja de oro por los bordes. Lo que se describe como escapulario podemos entender como la prenda adicional que lleva la Virgen delante, debajo del manto. Parece hacer juego con el manto y es igual de elaborado; en las imágenes aparece cinchado a la cintura de la Virgen, y el del inventario está forrado con lino del tipo hecho en Bretaña. El manto siguiente del inventario, que se cataloga sin escapulario, es "de tapiz blanco a flores con franja de oro, y forro de tafetán carmesí." Este sería un manto comparable al de la pintura de Cusco (figura 1), que también es blanco con franja de oro, pero con diseños arabescos en vez de florales.
          El inventario procede a enumerar seis mantos más, algunos con escapularios y otros no (12). La pintura de Juli (figura 2)

nos muestra a la Virgen con uno de estos mantos sin escapulario, con un vestido blanco debajo, el cual también se enumera en los inventarios con el nombre de media alba. Todos los mantos que se describen son lujosos, y cada uno es diferente en cuanto a telas, colores y adornos. Un manto "de brocatillo en campo punzó [con] franja de milan de oro" es del tipo que más se representa en las pinturas, por su color rojo intenso. Como sólo hay ocho en total, y algunos se describen como viejos, aparentemente se donaban estos mantos a la Virgen menos de una vez al año. En el inventario de 1785 por el cura Nicolás Manuel Carrasco, se catalogan el mismo número de mantos, aunque las descripciones de algunos son diferentes. Dos mantos antiguos que estaban en el inventario anterior, uno morado y otro verde, aparecen también en este inventario (13). En la descripción de la ropa que lleva la Virgen en ese momento, encontramos "un manto de tisu de oro ajardinado con su franja de milán de oro", que parece ser el mismo enumerado en el inventario anterior. El hecho que la Virgen use un manto de más de diez años de antigüedad significa que la pauta del uso de estos mantos varía de la práctica actual, donde la Virgen tiene una cantidad de mantos guardados de los que sólo usa los nuevos que recibe cada año.
          En cuanto al manto verde que enumeran estos dos inventarios, el primero indica que éste es antiguo, de felpa con puntitas de oro, y que "se llama del milagro." Si deducimos que la Virgen obró un milagro cuando usaba este manto, esta nota subraya la relación estrecha entre el poder de la Virgen de Pomata y su vestimenta donada por sus fieles. La tradición europea del manto protector de la Virgen aquí está reforzada y ampliada por la fuerte relación andina entre la ropa y la identidad (14). Aunque no sabemos el valor inicial de la escultura de la Virgen de Pomata, es posible que los mantos hubieran valido más que ésta (15). Al donar un valioso manto a la Virgen, hecho de telas importadas bordadas a mano, un devoto ayudaba a definir la identidad de ésta y, por lo tanto, incrementaba su poder. Al final del inventario del 27 de diciembre de 1836, se anota que Doña Josefa Mantilla presentó a la Virgen un manto nuevo de chamberí, el que se le puso inmediatamente según el deseo de la señora (16). Es posible que algunas de las imágenes secundarias fueran pedidas por los donantes que querían representaciones de la Virgen con los mantos que ellos habían dado.
          Podemos apreciar otros detalles sobre la vestimenta de la Virgen y del Niño en los inventarios. Se mencionan medias albas de distintos tipos de encaje; como hemos visto, a veces éstas aparecían solas debajo del manto y a veces se usaban debajo del escapulario, pero sus cuellos siempre enmarcan la cara de la Virgen. También se enumeran las puñeras de encajes finos que resaltan las manos de la Virgen en las imágenes secundarias. El inventario de 1785 menciona una toca de velillo de la Virgen, y hay un caso en el que se le dona un velo (17). El velo también es un artículo que la Virgen usa hoy en día, pero no aparece en las imágenes secundarias; más bien, el enfoque está en el cabello de la Virgen y las joyitas que lleva allí. De la ropa del Niño, se mencionan sus capisayos --chalecos que a veces en las pinturas parecen hacer juego con los mantos de la Virgen-- y las albas de encaje que usa debajo de éstos.
           Por su valor material, las joyas de la Virgen están entre los objetos más cuidadosamente enumerados en cada inventario. También aparecen como aspecto importante de las imágenes secundarias, especialmente las guirnaldas con sartas de perlas, cintas y broches que están sujetas al manto de la Virgen. El inventario de 1773 enumera primero las joyas que lleva la Virgen en su cuerpo en ese momento, incluyendo aretes de oro con esmeraldas, un rosario de corales con una cruz de oro y una calavera de cristal, una azucena de plata, varios broches con una variedad de piedras preciosas y falsas, y una corona imperial con la misma variedad de piedras; luego enumera todas las joyas que están guardadas. Es una descripción deslumbrante, y las joyas que usa la Virgen en las imágenes secundarias también contribuyen a una presentación radiante.
           Pero como sucede con la vestimenta, hay ciertas concordancias entre lo que llevaba la Virgen original y lo que llevan las copias, como también hay ciertas discrepancias. El inventario de 1819 nos da una descripción más clara de las guirnaldas sujetas al manto de la Virgen; parece que eran agrupaciones de distintas alhajas, pero este inventario describe los distintos elementos como conjuntos, dando un total de seis guirnaldas. La descripción de cada una confirma, tal como representan las pinturas, que cada broche en una guirnalda era diferente y la pieza central era la más elaborada. Cada guirnalda se describe primero según el color y la tela de su cinta, la cual formaba unos lazos en forma de flores, cuyos centros eran los broches. La guirnalda más larga mide una vara, casi un metro; una de esta extensión podría haber estado prendida a la parte inferior del manto de la Virgen. Las descripciones siempre subrayan las perlas, que aparecen en sartas y engastadas en varios broches. En las pinturas, vemos más bien una variedad de piedras de colores en los broches. También advertimos que en el pelo de la Virgen hay broches y/o pequeñas flores coloridas. El inventario de 1819 registra que la Virgen tiene flores "de mano", o sea, iguales a las que se usaban en los ramilletes, con perlas falsas en el cabello; igual nos dice el de 1836 (18). Además, el recibo de donaciones de 1787 indica que Doña Estefa San Martín mandó a la Virgen dos docenas de flores de papel "para el pelo" (19).
            Los inventarios describen las coronas de la Virgen y del Niño. De acuerdo con estas descripciones, en las imágenes secundarias las coronas son imperiales, de plata dorada y engastadas con una variedad de piedras. Pero el aspecto iconográfico más importante de la Virgen de Pomata, que se usa siempre para identificarla en las imágenes secundarias, es algo que nunca aparece en los inventarios: las plumas de suri que emergen de su corona y de la del Niño. Generalmente salen de la corona de la Virgen tres, cuatro o cinco plumas, cada una de un color diferente. De la corona del Niño sale una cantidad igual o menor. El suri es un tipo de avestruz que habita la puna del sur del Perú, de Bolivia y del norte de Chile y Argentina. Siempre ha sido cazado por sus plumas blancas, que podían ser teñidas y vendidas en La Paz (Hanagarth, 1988: 5-6). Aunque el suri no habita ahora la región del Lago Titicaca (Smyth, 1971), puede ser que lo hubiera hecho durante la época colonial. Sabemos que las plumas fueron un aspecto importante de la indumentaria festiva en los Andes y posiblemente estas plumas servían para marcar el origen específico de la Virgen de Pomata: las alturas del sur de los Andes. Actualmente la imagen original no lleva estos penachos y podemos estar casi seguros de que no los llevaba durante la época colonial, porque no se mencionan en los inventarios, mientras que una descripción de un sombrero que se compró para la imagen de Santiago en 1833 dice que tenía un "plumaje hermoso" (20). La imagen original no necesitaba marcar su origen de esta manera, pero sí las imágenes secundarias que podían ser llevadas a tierras lejanas.
            Aparte de la presentación de la Virgen y el Niño en sí, en las copias ellos aparecen siempre en un altar, debajo de un arco de flores y enmarcados por dos cortinas. Siempre están encima de algún tipo de pedestal, o peana, y muchas veces aparecen debajo dos santos en actitud orante. Los múltiples cambios que se han hecho al "trono" de la Virgen en los últimos dos siglos, hacen que lo que existe hoy en día no se pueda usar como punto de comparación con las imágenes secundarias. El único aspecto de las copias que todavía aparece en el altar de Pomata, y que no aparece en los inventarios, tal vez por ser tan efímero, es el arco de flores. Como manifestaciones literales del rosario, estos arcos naturalmente están compuestos de varias rosas. Pero también se ve en las copias una variedad de otras flores, entre éstas la kantu, que seguiría sirviendo como símbolo sagrado en el entorno andino.
            En cuanto a las cortinas que enmarcan a la Virgen, que normalmente son rojas en las copias, aparecen en los inventarios como velos con sus cenefas (las cornisas que sostenían las cortinas), de una variedad de telas y colores. A veces hay dos pares de cortinas, unas de gasa y otras de una tela más gruesa como el tapiz. Los documentos sobre Pomata no nos cuentan si éstas se cerraban y abrían, pero un testamento que menciona a las dos imágenes más milagrosas del Cusco confirma esta posibilidad. El testamento de Juan Nuñez Ladrón de Guevara escrito en 1712, pide 50 misas para su alma en la iglesia de la Virgen de Belén, y especifica que la imagen debe estar descubierta a la hora de decir las misas. También hace una donación para la compra de velas que se ponen delante del Señor de los Temblores, imagen de la Catedral. Especifica que las velas se deben usar cada vez que se abren las cortinas sobre la imagen (21). Para explicar el significado de este abrir y cerrar de cortinas, cabe notar que existen dos tipos de eventos que popularmente se identifican como milagros, ahora como durante la Colonia: la teofanía, a saber la aparición de una divinidad o el descubrimiento de una imagen de ésta, y la taumaturgía activa de una imagen teofánica, o sea la causalidad de eventos materiales (Sallnow, 1987: 54-55). Cuando se abrían las cortinas sobre una imagen milagrosa, se usaban éstas para instrumentar el primer tipo de milagro, la aparición de la imagen poderosa, y preparar el camino para el segundo tipo, la fase de acción. En las imágenes secundarias de la Virgen de Pomata, las cortinas ya están abiertas y la Virgen está revelada, milagrosa en el sentido de la teofanía y lista para actuar a favor de sus devotos.
          A veces unos querubines sujetan las cortinas para revelar a la Virgen (figura 1). Aparte de dramatizar aún más la apertura de las cortinas, los querubines podrán estar basados en figuras que existían en el retablo original. Aunque los inventarios no dicen exactamente qué ángeles sujetaban las cortinas, en la descripción de la platería que rodea el sacramento se enumeran ángeles de plata dorada, y se nota que había ángeles a los extremos de los nichos que flanquean a la Virgen (22). Las copias muestran a la Virgen de pie, encima de un pedestal de madera, de una media luna o de las cabezas de unos querubines. Todos estos elementos parecen estar basados en presentaciones de la imagen original. Los inventarios mencionan que la Virgen tenía un pedestal de madera enchapado en plata y diferentes medias lunas de plata aparecen en todas las listas. En cuanto a las cabezas de querubines, en un caso hay una media luna con dos ángeles de plata que la sostienen (23). Aunque la media luna es un rasgo iconográfico de la Virgen de la Inmaculada Concepción, aparece en muchas vírgenes andinas de distintas advocaciones. Posiblemente en el caso de Pomata se hizo esta asociación para que esta virgen tomara el lugar de la antigua diosa de la luna, cuyo santuario existía durante el incario en la Isla de la Luna, a poca distancia del pueblo.
           En algunas copias aparecen, encima del altar, un mantel blanco con encajes y floreros de plata o vidrio con flores, objetos que también aparecen en los inventarios. Algo que seguramente no tenía la original, son las inscripciones en cartuchos pegados al pedestal que especifican el nombre de la Virgen, que como las plumas, servían para marcar el origen de la imagen (figura 5).
           Los santos que aparecen de medio cuerpo y de pie debajo de la Virgen normalmente son dominicos, como el fundador de la orden de Santo Domingo de Guzmán, Santa Rosa de Lima (figura 1), San Tomás de Aquino (figura 2) y Santa Catalina. Cuando es así, es posible fechar las imágenes tomando como referencia la época en que estaban los dominicos en Pomata. Alternativamente, aparece Santo Domingo con San Francisco de Asís, los dos santos que personificaban la evangelización. Los inventarios cuentan que había esculturas de Santo Domingo, San José y San Martín en el altar mayor, más siete lienzos, cuyos temas no proporcionan (24). Podríamos interpretar la presencia de los santos en las copias como un reflejo de su presencia en el altar junto a la Virgen. Pero más bien parece que desempeñan la función de personajes vivos, ayudando a suplicar favores a la Virgen. Además, como ejemplos de buena conducta, ellos modelan la actitud devocional correcta; miran hacia la Virgen con las manos levantadas en oración.
          El inventario de 1785 indica que la Virgen tenía un "sol de plata calado" detrás de su corona, en cambio hoy en día la Virgen de Pomata resplandece gracias a una claraboya a su espaldas y luces eléctricas que la rodean (25). En algunas imágenes secundarias la luz se representa con varias rayas amarillas o blancas detrás de las cabezas de la Virgen y del Niño, las que simbolizan el resplandor de la imagen original y/o la Virgen María misma. Además, los detalles materiales de algunas imágenes se resaltan con pan de oro, mientras éstas tienen marcos dorados. Las descripciones que dan los inventarios del altar mayor, se fijan en la cantidad de platería que éste contenía, en el sacramento, y la Virgen. Describen un altar mayor donde abundaban las superficies metálicas y destellos de luces, algo que no vemos en las pinturas, donde el color prevalece. Debido a la creencia andina que los astros y los dioses resplandecían con su propia luz, en la época colonial las imágenes evangelizadoras se representaban de la manera más brillante; usando el brillo para sugerir el resplandor, podían proponer la divinidad de personajes cristianos (Burucúa, 1999: 352). Pero en el mundo andino, el arco iris se consideraba el ejemplo más perfecto de la belleza, por la división entre los colores y la pureza de éstos (Burucúa, 1999: 340). En lugar del brillo metálico, la variedad y la perfección del color en las imágenes secundarias de la Virgen de Pomata se utiliza mayormente para proponer su divinidad. En las pinturas, los penachos de las coronas de la Virgen y del Niño presentan una serie de colores perfectamente definidos. Además, los colores de las cortinas, del manto de la Virgen y de las flores ofrecen una gama de tonos suntuosos. Para las representaciones bidimensionales, los artistas no trataron tanto de representar el brillo de la plata que probablemente hubiera sido el aspecto más deslumbrante de la Virgen original de Pomata. Más bien, aprovecharon sus pigmentos para ofrecer otra imagen de la divinidad con más presencia, de acuerdo al medio que usaban.

Detalles sobre el culto a la Virgen de Pomata

           Para entender bien cómo y por qué se difundió tanto el culto a la Virgen de Pomata, y por qué había demanda de sus imágenes, es imprescindible entender el contexto ritual de la original y los estímulos visuales que existían en Pomata. ¿Cómo participaba el pueblo y el peregrino en el culto a esta Virgen? ¿Cómo se comunicaba el prestigio de la Virgen? Y aparte de lo que ya hemos notado, ¿Qué otras fuentes visuales existían para el artista que iba a representar a esta Virgen? Aquí resumo la información que nos ofrecen los informes de visita, los inventarios y las obras de arte existentes en Pomata.
           Se han mencionado arriba algunos aspectos del ritual, incluyendo las romerías a Pomata y los actos de vestir la escultura; de donarle vestimentas, alajas y avíos para el altar; de velar y revelarla; y de suplicarle favores. Se concentraban estas actividades en los días alrededor del primer domingo de octubre, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Los documentos de visitas nos cuentan que el pueblo jugaba un papel muy importante en la celebración de la fiesta de la Virgen, sin la intervención de ninguna hermandad o cofradía. Los seis testigos aymaras consultados durante la visita de 1766 cuentan que cada año habían alféreces para la fiesta. Estas personas que "se seguían por turno de obligación," eran elegidos por el cacique del pueblo y pagaban 80 o 100 pesos a la iglesia. De este monto el cura de la iglesia estaba obligado a comprar la cera necesaria para la fiesta; luego sacaba un pago para sí mismo y depositaba lo demás para la fábrica de la iglesia (26). Aunque se refiere a una sola donación anual, el término de alférez siempre aparece, en los documentos de la época, en plural. Por lo tanto, es posible que los alféreces hayan sido una pareja de hombre y mujer, tradición que ha permanecido hoy en día en los alferados que toman a su cargo la fiesta, cuyo título parece ser una variación a la palabra alférez. Evidentemente, en 1766 sólo funcionaban como alféreces los naturales del pueblo, pero para la visita de 1794 también había un "alférez" español cuya responsabilidad era proporcionar la cera para la fiesta, mientras el monto que tenían que pagar los alféreces indígenas había sido reducido a 50 pesos (27).
           En los documentos de las dos visitas consta también que habían estandarteros o estandartes, "de voto o de devoción," quienes participaban en la fiesta donando de 15 a 40 pesos según su voluntad u obligación. En las ciudades del virreinato y en algunos pueblos existían cofradías dedicadas a las imágenes importantes, sus miembros estaban encargados de organizar la fiesta, llevar las procesiones y también de cuidar los bienes de la imagen. Sin embargo, no se menciona ninguna cofradía en los documentos sobre Pomata. Los bienes de la Virgen están enumerados simplemente como propiedad de la iglesia, y parece que los alféreces y estandarteros oficiaban como los representantes del pueblo para la fiesta. Aparte de esto, la única organización social que vemos es una división entre naturales y españoles, sugerida por la visita de 1794, con su alférez español además del Alférez natural.
           Podemos suponer que los alféreces preparaban la imagen pequeña de la Virgen del Rosario que se usaba para las procesiones, porque hoy en día los alferados son los encargados de prepararla. Además, en cuanto a las procesiones, el inventario de 1785 enumera una medalla bordada de la Virgen del Rosario que salía en procesión por las calles; esta medalla posiblemente era cargada por los alféreces, como hoy en día se carga un estandarte con los nombres de los alferados. El mismo inventario menciona quince cruces "de guión," que podrían ser las que cargaban los estandarteros en esa época (28). Ya para 1819, en la lista de la ropa de la Virgen se mencionan 24 guiones de estaño, "algunos quebrados," y siete de hoja de lata (29), los cuales seguramente cargaban los estandarteros específicamente para esta fiesta (30). Lamentablemente no sabemos qué imagen o forma tenían éstos. Esta información sugiere que los naturales eran los más involucrados en la fiesta, especialmente en la procesión de la Virgen. También vemos la presencia del cura de la iglesia y de los españoles del pueblo, especialmente los propietarios de origen peninsular conocidos como vecinos; estos últimos, al donar la cera, estaban encargados de iluminar la iglesia.
           Por otra parte, los peregrinos participaban en la fiesta y contribuían materialmente a enriquecer y difundir el culto a la Virgen de Pomata. Se han anotado las frecuentes romerías que los devotos hacían hasta Pomata para satisfacer sus obligaciones con la Virgen o para pedirle favores. La ubicación de Pomata en el muy transitado camino entre Cusco y Potosí tuvo que haber influido en la cantidad de romeros y en publicitar a la Virgen para los que no la conocían. La visita de 1794 examinaba la cantidad de cera que se consumía en las iglesias del obispado, con el fin de asegurar un gasto no mayor a seis arrobas al año. Pero en el caso de Santiago de Pomata, se nota que por ser la parroquia "devoto santuario de Nuestra Señora del Rosario" se consumía más cera que en otras iglesias. Sin embargo, el costo de esta cera adicional no lo tenía que asumir la fábrica de la iglesia; más bien, ésta recibía cera como donación de los fieles para Jueves Santo, en las fiestas de Corpus Christi y la Virgen del Rosario, y podía usar los cabos de las velas donadas para fabricar aun más velas (31).
           Aparte de traer velas "por obligación," se ha indicado que los peregrinos traían alhajas, adornos y vestimenta para la Virgen. El primero de octubre de 1786, María Rodríguez, una "feligrés del pueblo de Juli," donó un rosario a la Virgen, y Juan Geldres Calatayud donó un par de aretes con amatistas; por lo que el cura Nicolás Manuel Carrasco dijo para el devoto una misa cantada "por haberlo pedido así" (32). El 4 de octubre del año siguiente, la Marquesa de Haro llegó de La Paz trayendo un rosario para la Virgen que le había encomendado el obispo Gregorio Francisco de Campos, siendo donación de Joseph Valdez y su esposa Josefa Zapata. También trajo encomiendas de su hija María Carmen Bilbao y de Estefa San Martín. Por su parte, la Marquesa donó un conjunto completo de ropa para la Virgen y el Niño de tisú de plata con fondo azul y guarniciones de plata brillante, un mantel de altar, cuatro ramilletes de flores artificiales y un bastoncito para la Virgen con puño y cadena de oro. La entrega de estas donaciones fue supervisada por el cacique de Pomata Ambrocio Quispi-Cabana, el alcalde mayor Jacinto Ilar, y varios vecinos del pueblo; el cura Nicolás Manuel Carrasco y la Marquesa firmaron el recibo de la entrega juntos con el cacique y el alcalde. El día siguiente, se recibieron más donaciones para la Virgen y la iglesia, incluyendo un velo "para el trono de Nuestra Señora del Rosario" de Diego Marciño; dos pares de aretes con amatistas, uno de Juan Antonio Murillo y el otro del Coronel Manuel Antonio Chuquimia; y dos anillos con topacio y esmeraldas de Patricio Carbajal, vecino de La Paz (33).
           Aquí podemos anotar que los donantes principales de la Virgen venían de la élite colonial, incluyendo a una Marquesa. Aunque la mayoría tienen nombres españoles, también vemos la participación de élites indígenas o mestizas, como el cacique Quispi-Cabana y el coronel Chuquimia. Los devotos provenían de La Paz y de Juli, y el obispo de La Paz estaba involucrado en la administración de las donaciones. No obstante, como no se anotan sus pueblos de origen, parece ser que varios donantes procedían de Pomata mismo, y son los oficiales y vecinos de Pomata los que controlaban la recepción de los objetos. Por último, vemos que los donantes esperaban algo a cambio de sus regalos --sea una misa cantada o tal vez algún favor divino--. Este tipo de devotos habrían sido los que pedían y compraban pinturas de la Virgen de Pomata y que, con estas imágenes, contribuían más a la difusión de su culto.

          Entre las donaciones de 1787, se registra que Juan de Olibera dio "un manto de sintarazo azul… para Nuestra Señora del Rosario la que sale en su anda en los domingos y demás festividades" (34). Aquí tenemos una prueba del uso de la imagen procesional, una de las primeras imágenes dentro del complejo de representaciones de la Virgen de Pomata. Es una pequeña escultura que se encontraba en el cuarto altar a la derecha de la iglesia, junto a una escultura de San José (figura 6) (35). En lugar de perjudicar a la escultura original, esta pequeña virgen salía en procesiones como representante de la imagen primaria (36). Los inventarios catalogan una indumentaria para ella similar a la que usaba la virgen principal, y el hecho de que esta escultura secundaria recibiera donaciones significa que también tenía prestigio dentro del contexto ritual.
          Otra imagen que posiblemente tuvo aún mayor influencia para las representaciones bidimensionales de la Virgen, es la que se encuentra en una pequeña capilla en la esquina de la plaza mayor de Pomata (figura 7). Es una imagen
  pintada en la pared, que según el inventario de 1773 tenía láminas de plata que representaban las coronas de la Virgen y el Niño (37). Tiene los mismos atributos que la escultura original cuando la escultura está revestida, pero tiene una leyenda aparte: la tradición oral recopilada en el siglo XX dice que la imagen apareció resplandeciente una noche a unos peregrinos, mientras rezaban en la cocina de un tambo. Luego la pared con esta imagen se hizo parte de la capilla, que ahora se conoce como la de Zaragoza (Herrera Pinto, 1934: 32).
          En cuanto a imágenes que ayudaban a formar y difundir el culto a la Virgen, también deben haber sido esenciales las pinturas narrativas que existían en la iglesia y en la capilla, que felizmente enumera el inventario de 1773. De toda la lista, entre la iglesia y la capilla de Zaragoza hay catorce pinturas descritas como de Nuestra Señora o de Nuestra Señora del Rosario (38). De éstas, se dice que nueve representaban los milagros de la Virgen, pero debido a una serie de robos a finales del siglo pasado, sólo quedan hoy tres de estas pinturas. Dos representan a una Virgen del Rosario, sentada en un altar con el cabello amarrado, rodeada por nubes y ofreciendo el rosario a unos devotos abajo. La otra presenta a la imagen que conocemos como la Virgen de Pomata, con un manto rojo triangular y el cabello suelto, cercada por flores y encerrada entre cortinas (figura 8). Por su estilo, las pinturas pertenecen al siglo XVIII, pero cada una incluye una inscripción larga que cuenta un milagro sucedido durante el siglo XVII, con fechas de 1629, 1630 y 1631. Cada inscripción indica que la información del milagro fue aprobada por el obispo de La Paz, quien dio la licencia para pintar las obras. Presentan a congregaciones diferentes: en las dos de la Virgen del Rosario --de 1630 y 1631-- la Virgen actúa delante de españoles y frailes dominicos; pero en la de 1629, la Virgen de Pomata hace hablar a un hombre mudo, Pedro Curumudoana Tivitate, quien se representa como un hombre indígena.
          Aparte de estas tres pinturas, existe también una caja limosnera que puede ser la misma que se menciona en el inventario de 1785, la cual se sacaba afuera para
pedir limosnas (39). Aunque la imagen dentro de la caja parece ser moderna, en la parte interior de cada puerta aparecen pinturas de cuatro milagros más. Por su estilo, las pinturas podrían ser del siglo XVIII. De composiciones sencillas, representan a la Virgen vestida como la del Rosario, salvando a diferentes indígenas de distintos tipos de violencia. Según las inscripciones, que están muy deterioradas, los milagros sucedieron en el siglo XVII, y uno posiblemente ocurrió en 1585, cuando la Virgen salvó a un hombre del ataque de un toro furioso.
          Estas pinturas en Pomata son las únicas representaciones visuales, y también las únicas historias escritas de los milagros de la Virgen del Rosario de Pomata. Ellas tienen que haber jugado un papel muy importante en establecer el poder milagroso de la Virgen. Es la manifestación de la Virgen que ayuda a Pedro Curumudoana, revestida y por lo tanto dotada de su identidad específica, que viene a ser la representación que se difunde por el virreinato.
          Al final, las comparaciones entre las imágenes de la Virgen de Pomata sugieren que había un diálogo entre éstas, donde la diversidad prevalecía alrededor de, y siempre referente a, una imagen fundadora singular. Al crear una imagen secundaria, un artista podía referirse a momentos específicos en la vida ritual de la Virgen y a otras imágenes que establecían su iconografía y poder. El acto de pintar una nueva copia venía a ser el proceso de evocar a la divinidad por medio de indicios visuales basados en su adorno. Ya hechas, las imágenes secundarias tenían distintas funciones. Primero, servían para difundir la fama de la original y para documentar sus momentos de mayor esplendor y decoración, posiblemente marcando la participación de ciertos devotos en esos momentos. Segundo, proporcionaban a las personas particulares que las coleccionaban una
teofanía de la divinidad, en base al color en lugar del resplandor, delante de la cual podían rezar y evocar sus poderes.       
 
  NOTAS
 
  ( 1) En cuanto a la Virgen de Copacabana, Fray Antonio de Calancha describe por qué una imagen de la Virgen María puede ser más milagrosa que otras. Según él, ciertas advocaciones de la Virgen, en este caso la Candelaria, reciben menos atención y por lo tanto Cristo le concede a la Virgen más milagros para obrar por medio de éstas (Calancha, 1978 [1638]: 1967-68).
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  ( 2) Conozco más de cuarenta representaciones bidimensionales de la Virgen de Pomata, en iglesias, museos y colecciones privadas.
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; ( 3) Norman Meiklejohn, en cambio, ha encontrado bastante información sobre la historia de los jesuitas, escrita por ellos mismos. Seguimos con la esperanza de encontrar algún depósito de los documentos que seguramente mantenían los dominicos sobre su convento y parroquia. Para ejemplos de la reticencia de éstos en someterse al control diocesano, véase Meiklejohn, 1988. En el Archivo Eclesiástico del Arzobispado de La Paz existen dos documentos notando que el obispo Juan Queypo de Llano y Valdes, en el curso de sus visitas a las doctrinas de su diócesis, visitó Santiago de Pomata en 1687 y 1690. Sin embargo, no se hizo el examen intensivo de las costumbres del padre de la iglesia que normalmente se llevaba a cabo durante las visitas, aparentemente porque éste era un fraile dominico, también prior del convento. El obispo simplemente dijo misa y inspeccionó la ostia, los santos óleos y la fuente bautismal, encontrando todos en buen estado. AEALP, Archivo Capitular, Tomo 12, 1687 y Tomo 17, 1690
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( 4)
Este no ha sido el caso con la Virgen de Copacabana, que como la Patrona de Bolivia sigue gozando de fama como una virgen milagrosa, a un grado mucho mayor hoy en día que la Virgen de Pomata. Durante la colonia, el libro de Ramos Gavilán, Historia del Célebre Santuario de Nuestra Señora de Copacabana (Lima 1621), estableció en forma escrita el carácter milagroso de la Virgen de Copacabana, y una estampa incluida en este libro instituyó una iconografía para ésta que se puede entender como fuente para sus representaciones posteriores. Un segundo libro, Santuario de Nuestra Señora de Copacabana en el Perú… por Fernando de Valverde (Lima 1641), estableció aun más la fama de esta virgen. Y una estampa de Francisco Bejerano, incluida como la anteportada del libro de Valverde, mantuvo la iconografía establecida por el libro de Gavilán con unas pocas variaciones. Los estudiosos han podido consultar estas fuentes para información sobre el culto a esta virgen durante el siglo XVII. Véase Santa Cruz, 1971; MacCormack, 1984; y Salles-Reese, 1997. Una excepción a la falta de estudios sobre la Virgen de Pomata es Duncan, 1986. Además, han habido varios estudios sobre la arquitectura de la iglesia de Santiago de Pomata. Por lo tanto, no trataré este tema aquí. Véase Romero, 1928; Herrera, 1934; Mariátegui, 1942; Gutiérrez, 1978; y San Cristóbal, 1997.
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( 5)

AEALP, Tomo 51, 1766 y Tomo 100, 1794.

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( 6)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30.
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( 7)
Usaré el término copia, igual como imagen secundaria, para referirme a cualquier imagen hecha para representar esta escultura específica, por medio de su iconografía, estilo o inscripción.
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( 8)
Las medidas son cintas cortadas del largo exacto de la imagen y tocadas a ella.
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( 9)
Dos de estas láminas se encuentran en el Museo Nacional de Arte en La Paz, una está en una colección privada de La Paz y otra es de la colección de Manuel Gastañeta Carrillo de Albornoz en Lima (Gisbert, 2003: 67; Estabridis, 2002: 135). Dos de éstas comparten la misma orla mixtilínea, y las cuatro tienen iconografía y rasgos formales muy parecidos. Parecen venir del mismo taller de un grupo de láminas con el mismo borde y estilo que representan a la Inmaculada Concepción (Museo Pedro de Osma, Lima), la Virgen de la Merced y San José con el Niño (Museo Nacional de Arte, La Paz), entre otros temas. Sin embargo, no se ha identificado con certeza el origen de estas láminas. Posiblemente provienen de Juli o de Potosí (Gisbert, 2003: 67).
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(10)
ARC, Sección manuscritos, Protocolo 11, Alonso de Bustamante, Recibo de dote de Doña Catalina Salas y Valdés, 123 verso.
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(11)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1773 10 verso.
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(12)
Esto, más el hecho que la Virgen usa escapulario hoy en día, sugiere que esta prenda fue una introducción del siglo XVIII. Los mantos que se describen como antiguos no tienen escapularios.
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(13)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 22 verso-23 recto.
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(14)
Para ejemplos de esta relación entre la ropa y la identidad, véase Sallnow, 1987: 128, 210.
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(15)
En el pueblo de Tomepampa, antiguamente parte de la provincia de Chumbivilcas, entre 1789 y 1794 el párroco gastó doce pesos por una escultura de la Virgen de Pomata, mientras gastó más de 180 pesos por la vestimenta de esta imagen. Suponemos que la escultura era una imagen de vestir, donde las partes que estarían ocultas por la ropa no estaban elaboradas. No obstante, este caso subraya el valor relativo de la vestimenta en comparación con la escultura, y nos dice lo importante que era la vestimenta en formar la identidad de la imagen. AAC, Libros de Fábrica deTomepampa, 4, 1769-1829, 14 verso.
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(16)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1836 22 verso-23 recto.
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(17)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 26 verso; 1787 32 recto.
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(18)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1819 7 verso; 1836 21 recto.
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(19)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 26 verso; 1787 32 recto.
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(20)
ARP, Archivo Histórico, Colección Zumarán, Eclesiásticos, Legajo 28, 1833 7 verso.
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(21)
ARC, Sección manuscritos, Protocolo 93, 1712, Alejo Fernández Escudero, 457 verso y 464 recto
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(22)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1773 5 recto; 1819 1 recto-1 verso; 1836 21 recto.
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(23)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1773 6 verso; 1785 26 verso; 1836 21 recto.
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(24)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 29 recto; 1819 7 verso.
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(25)
La claraboya fue añadida en 1831. ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 26 recto; Colección Zumarán, Eclesiásticos, Legajo 28, 1831 1 verso.
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(26)
AEALP, Tomo 51, 1766, 163r-171r.
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(27)
AEALP, Tomo 100, 1794, 328r-328v y Tomo 101, 1794, 43r. A mediados del siglo XX quedaba un rastro de esta división, donde la fiesta todavía tenía dos alferados, uno del pueblo y el otro de una de las comunidades anexas a la parroquia. Comunicación personal con Sra. Angelica Pisano, Pomata, 2003.
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(28)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 25 recto.
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(29)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1819 5 recto.
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(30)
Hasta en 1794 se refiere a los estandarteros como "los que cogen los guiones." AEALP, Tomo 100, 1794, 328r.
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(31)
AEALP, Tomo 100, 1794, 329v.
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(32)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1786 35 recto.
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(33)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1787 32 recto-34 verso.
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(34)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1787 33 verso.
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(35)
Hoy en día la escultura está en el altar derecho del crucero.
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(36)
Ahora la creencia popular es que no se saca a la Virgen principal porque un día cuando la sacaron empezó inmediatamente a granizar. Comunicación personal con Sra. Angelica Pisano, Pomata, 2003.
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(37)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1773 13 recto. Ahora las láminas son doradas, y además de las coronas hay láminas para los bordes del manto de la Virgen y para adornos en su escapulario.
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(38)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1773 2 verso-12 verso.
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(39)
ARP, Archivo Histórico, Colección Arce Borda, Eclesiásticos, Legajo 30, 1785 29 verso.
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BIBLIOGRAFÍA


ARCHIVOS


AAC:
AEALP:
ARC:
ARP:

Archivo del Arzobispado del Cuzco
Archivo Eclesiástico del Arzobispado de La Paz
Archivo Regional del Cusco
Archivo Regional de Puno
   
 
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mstanfield@ufl.edu

Una primera edición de este artículo se publicó en:
Anuario de Estudios Bolivianos, archivísticos y bibliográficos, N° 10. Sucre: Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, 2004. pp. 689-719.

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