El personaje es extractado de: “Las otras rebeliones: cultura popular e independencias”. Luis Miguel Glave. En: Anuario de Estudios Americanos, 62, 1, enero-junio, 2005: 275-312:305-310 pp, Sevilla (España).



Bernardino Tapia, ¿un prócer azangarino?

Ana María Pino Jordán
Los Andes. “Perú 190 aniversario”. Domingo 31 de julio del 2011. Año 82, Nº 23983. Pp.20-21.



... Normalmente el sentimiento patriótico se hace visible en tiempos duros, de crisis o de lucha, cuando la nación enfrenta una amenaza, o a un enemigo externo, como por ejemplo durante la campaña independentista que es la que recordamos el mes de julio de todos los años. Son pocos los nombres de ilustres peruanas y peruanos que mencionamos siempre y son muchos los de ilustres desconocidos que dieron hasta sus vidas. Reconocemos al “soldado desconocido” pero miles  de “civiles desconocidos” siguen en el anonimato.

En el esfuerzo de pensar en algún “héroe popular” recordé que hace algún tiempo, me topé con un lindo trabajo de Luis Miguel Glave, historiador de la época colonial, con una lectura más amplia de los contextos que estudia. Me interesó su reporte de investigación porque giraba en torno a literatura clandestina y usualmente busco información de aquello que debe haber sucedido pero que la historia oficial ha escondido, con razón o sin ella, o para pensar sin malicia, ha invisibilizado.

Glave analiza acontecimientos, vivencias de actores populares en procesos de cambio, microhistorias, tanto en México como en la región andina, básicamente del sur del Perú. Mi sorpresa fue encontrarme con un azangarino protagonista de su estudio. Inicialmente hice un resumen sobre el personaje y pasé un buen tiempo buscando más información sobre él. No la encontré, pero creo que, en este aniversario patrio, es oportuno darlo a conocer tal como lo hace Miguel Glave en su trabajo. De allí que me permito presentar un extracto de “Las otras rebeliones: cultura popular e independencias” (2005) que trata sobre un azangarino: Bernardino Tapia, condenado, por alta traición, a morir en la horca. 

« […] El estudio se centra en […] el caso paradigmático de un pasquinista llamado Bernardino Tapia. El caso sucedió en 1818 cuando se descubrió una red de relaciones encabezada por Tapia para difundir pasquines en la región de Azángaro —sur del Perú actual— con una inusual forma de entender el proceso político previo a la independencia. Se trata de una época ubicada entre el final de la revolución cuzqueña de 1814 y el inicio de la lucha final por la independencia en 1821-1824. […] Una sentencia de muerte fue pronunciada en 1819 por el gobernador intendente de la provincia de Puno contra Bernardino Tapia y sus socios por el crimen de alta traición. Se trató de un caso de lecturas, de pasquines, de difusión de un mensaje de desobediencia, de deslegitimación de la monarquía y de soberanía popular. Como tantos otros casos en los que la documentación judicial emanada de la represión de los alzados en 1814 arroja, éste de Tadeo Gárate nos vendrá a mostrar un peculiar modo de vivir los nuevos procesos culturales que fueron englobados por el conocimiento posterior como la ilustración, en este caso, una ilustración andina. ¿Las formas de expresión de la ilustración causaron un cambio en las mentalidades populares, o fue que el ámbito cultural del pueblo permitió la difusión y la lectura no letrada, humilde, de la ilustración?

El caso duró un buen tiempo, Bernardino Tapia fue condenado a muerte por la horca y fijación de la cabeza en Azángaro, acusado de alta traición como autor de por lo menos cuatro pasquines que se publicaron en Azángaro, Chupa, Chacamarca y Santaraco, otros que no se llegaron a pegar y confidencias con los insurgentes, particularmente Ildefonso Muñecas. La zona de la acción pasquinista de Tapia corresponde a los pueblos que se ubican a orillas de un pequeño lago que se separa del Titicaca en la orilla norte, en el antiguo territorio de los indios collas omasuyos, en  las actuales provincias puneñas de Azángaro y Huancané, territorio donde los líderes de la gran rebelión tupamarista fijaron su cuartel general en 1781. Junto con Tapia, como cómplices fueron condenados 15 indios de los pueblos de Azángaro a azotes y distintas penas infamatorias y de trabajos forzados.

Aunque fragmentarios, los datos nos dan muchas pistas. Así tenemos que durante tres años, entre 1815 y 1818, Tapia actuó como difusor de las ideas seductivas o patriotas, enseñó a leer, mantuvo tertulias, escribió y leyó los libros que compraba con el dinero que se agenciaba con sus enseñanzas o vínculos. Varios de sus allegados fueron soldados en uno u otro bando, algunos fueron revolucionarios y se entrevistaban con él, lo oían y le conferían responsabilidades con sus familias como la enseñanza. Fue hacia 1818, en San Juan, cuando la actividad pasó a la fijación de pasquines que Tapia elaboraba, difundía y pedía que difundan. Y en octubre su accionar se multiplicó y dejó suficientes huellas para que lo apresaran probablemente hacia la quincena pues todavía se reunió con intención de seguir haciendo circular sus escritos hacia el 13. Hasta el 1 de diciembre buscaron cómplices, luego el subdelegado de Azángaro dio por cerrado el caso proponiendo que se disimulara la presión, pues no convenía “alterar los ánimos”. Entre las cosas que se desprenden de las respuestas de los implicados es que en el ideario de Tapia y sus allegados se encontraban las reivindicaciones contra el tributo, las alcabalas y los donativos, pero también contra la recluta de gente que era un malestar constante entre los pueblos. También figuraban entre sus acciones verbales el apodar a los leales y españoles con adjetivos denigrantes, probablemente pucacunca que era un término quechua (pescuezo colorado) usado en el campo, pero también cotenses o guampos o el más común, chapetones. Eran las denominaciones que recibían los “españoles” en el habla popular, muchas veces cargadas de desprecio o mordacidad. El registro de cotenses o guampos coincide con procesos de desobediencia o alzamientos como los de 1780 o 1814. […]

La sentencia fue acompañada por las pruebas que consistían en algunos pasquines de puño y letra de Tapia y de dos libros que el autor leía para ilustrarse en sus escritos y alimentar sus sueños insurgentes. Uno de esos libros fue un Tratado de paz contra España y la Francia de 1659 que compró por ocho pesos a un oficial Gallardo. Los pasquines que pegaba Tapia los denominaba “bandos de paz” en relación probable con el tema de este texto. Tapia tenía unas extrañas elucubraciones sobre las relaciones entre Fernando VII a quien llamaba “hijo natural de Murat” —el general francés invasor de España— y un imaginario Carlos V “rey de la patria” cuya “resurrección” apesadumbraba a Fernando VII hasta causarle la muerte. Decía haber leído esta suerte de mito sincrético en las Fábulas de Samaniego que compró por 30 pesos y a las que llamaba Real Seminario Patriótico. […]

Las fábulas, pues, y las de Samaniego en particular, comprendían un lenguaje que se imbricaba con los discursos preceptivos e iluminadores propios de esa era de cambio cultural que acompañó a la ilustración.

Siempre sacando luz de unos fragmentos, lo que nos quedó de las lecturas de Tapia no fue sólo el libro de Samaniego, también ese curioso “libro” que dijimos llevaba por título Tratado de paz contra España y la Francia de 1659. No era la relación de un suceso cualquiera, 1659 significó el inicio de la decadencia de la monarquía hispana, una crisis de hegemonía en Europa. Lo ocurrido mereció más de una relación de sucesos, nombre de un género literario que antecede al periodismo en la era moderna. Esas relaciones, que hacían vibrar a los pueblos que se agolpaban para escucharlas, se difundían en forma de hojas impresas cuya forma y circulación ha recibido el nombre de literatura de cordel. Colgadas en los cordeles de los puestos donde se vendían productos de feria, los romances eran interpretados por ciegos que tenían un auditorio reconocido en la más extensa geografía de la España y del Portugal de los siglos XVI y XVII. Esa literatura popular, que luego pasó desapercibida por los formadores de cánones cultos, se manifestó explosivamente tanto en España como en América en el siglo XVIII y es sabido el impacto que mantuvo en México del siglo XIX. No conocemos todavía estudios sobre su circulación en el Perú, pero éste y otros casos nos muestran que fue, como en todas las otras provincias de ese mismo mundo hispánico americano, una vigorosa forma de difusión de imágenes de la sociedad y de interpretaciones del mundo y de la historia de acuerdo con las lecturas que de ellas se hacían. […]

De donde en sus lecturas obtendría el seudónimo de Dr. Salas Parrilla de Valdés, en sus pasquines Tapia se decía poseedor de diversos títulos, que difundía en sus conversaciones “seductivas”: teniente coronel, comandante general en jefe del ejército auxiliar de la patria, juez teniente, regente mayor, pacificador, conquistador, defensor del Perú, etc. Pero no sólo eso, también afirmaba haber tenido heroicas virtudes al resistir persecución y amenazas, fugitivo y hambriento, pero haber salido triunfante por su sabiduría, coraje, prudencia y otras virtudes. En sus andanzas, plantó sus bandos de paz, como llamaba a sus pasquines, en Azángaro, Puno, Arequipa, Cuzco, Chucuito, Lampa, Sicuani, Carabaya, Huancané, Apolobamba y Larecaja, un ámbito absurdo para las fuerzas de un solo hombre, la mención de esas ciudades se referiría al territorio que tanto Tapia como los rebeldes que coordinaron o siguieron espontáneamente a Muñecas, tenían por zona de descontento e insurrección. Sin pólvora ni avíos, Tapia afirmaba que había gastado 800 pesos y logró, según pensaba, más que los antiguos generales en Buenos Aires y en Cuzco.

Sin duda el mundo onírico de Tapia debió ser capaz de alimentar su resistencia y sus andanzas. Lo que no era cierto es que no hubiese recorrido pueblos en campaña y que ésta proviniese de anteriores contactos del reo con Ildefonso de las Muñecas. Por eso incluye en sus andanzas los territorios donde actuó el cura revolucionario, los que la revolución abarcó y los que en su pequeña patria azangarina había conocido toda su vida. En sus escritos y en sus prédicas, la imaginación andina se cruzaba con un discurso de la patria que se expandió con el ejército revolucionario cuzqueño y de la licitud del rompimiento con España y los españoles.

Tapia había sabido emplearse en los pueblos como profesor de infantes, convencer a algunos adultos de pegar los pasquines que él elaboraba y recordaba entre lo real y el ensueño las hazañas de la lucha de los patriotas. La condena a quince hombres en estos pueblos por distintos grados de “complicidad” muestra que no se trataba de un sueño desquiciado sino de un rumor colectivo, sorda manera de guardar la memoria de la revolución y de imaginar las posibilidades de un mundo diferente y mejor al que se notaba jaqueado desde fuera y desde dentro. Los otros indios que fueron azotados y confinados a trabajos forzosos en el hospital de San Juan de Dios de Puno eran de distintos grados de instrucción. Algunos sabían leer y no pudieron excusar saber el contenido de lo que pegaban, otros no leían pero escucharon las prédicas y las aceptaron. Claro que el argumento del “temor” tenía cierta validez y fue esgrimido casi siempre por los acusados de sedición. […]

¿Estaba loco Bernardino Tapia, como pensaba el propio fiscal? Había elaborado una curiosa lectura de la historia en 1818, resucitando a Carlos V y provocando con ello la muerte del rey Fernando VII que no era sino un hijo bastardo del general francés invasor Murat. Con ese lío entre onírico y político, justificaba el alzamiento de la patria y de sus líderes, los jefes rebeldes de 1814 y particularmente Ildefonso de las Muñecas, el cura guerrillero que se refugió en los valles y atacó en las punas con su mensaje de no pagar de tributos y de apoyar a las fuerzas insurgentes del Río de la Plata. Entonces los jefes habían muerto, pero la causa seguía viva en el discurso de Tapia. Un discurso que parece perdido, del que no quedan sino retazos, extraídos de algunos pasquines, a los que él llamaba “bandos de paz”, inspirado en algunas lecturas. ¿Las lecturas subversivas de la época? ¿Algún escrito perseguido de la ilustración, alguna proclama periodística clandestina, alguna canción popular? Seguro que algo de eso estaba entre sus lecturas, pero lo que quedó palpable, al fin quemado al pie del reo ejecutado fueron sólo las Fábulas de Félix María de Samaniego y un romance que se leyó y reimprimió por varios siglos.

¿Cuánto dijo Tapia de sus lecturas y de sus ideas? ¿Cuánto era ciertamente lo que pensaba y cuánto ocultó? Sus compañeros negaron todo, aseguraron que creyeron que eran insensateces o que tenían temor y por eso no lo denunciaron. Pero en general, el desconcierto del fiscal puede ser el mismo que el nuestro. Esos, como señala Darnton, son los casos que hay que explicar y seguir para entender una sociedad que no tuvo intérpretes ni cronistas.1»


1. […] Darnton, Robert: La gran matanza de gatos..., págs. 12-15. La edición inglesa original en 1984. También Darnton, Robert: Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, Turner/Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2003.


MÁS SOBRE BERNARDINO TAPIA:
Luis Miguel Glave. "La Ilustración y el pueblo: el "loco" Bernardino Tapia. Cambio y hegemonía cultural en los Andes al fin de la colonia. Azángaro 1818". En: Tiempos de América: revista de historia, cultura y territorio (Castelló de la Plana, Universitat Jaume I), no. 12, 2005, pp. 133-149.