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Pedro
Obaya fue uno de los grandes próceres de la sublevación tupacamarista,
pero es un desconocido en la "historia oficial" del Perú.
Nació
en Lampa, Puno. Era mestizo y seguramente arriero, a juzgar por sus costumbres
y conocimientos. Si consideramos la confianza que le fue mostrada por los
Túpac Amaru en marzo y abril de 1781, Obaya (a quien le decían
"el tuerto", por faltarle un ojo), debió ser de los luchadores
iniciales al lado del Inca José Gabriel.
El alto grado
de confianza a que aludimos es el que permitió que el Inca José
Gabriel Túpac Amaru, le encargara la develación de la peligrosa
escisión dispuesta en el Alto Perú por el líder aimara
Túpac Catari; fue el propio Inca José Gabriel quien encomendó
la delicada misión. Obaya se llamaba a sí mismo "soldado
de Túpac Amaru". Como esa confianza sólo se adquiere
en la lucha, estimamos muy probable la presencia de Obaya desde el inicio
de los acontecimientos en el altiplano, en los principios de diciembre de
1780.
Obaya pasó
a un primerísimo plano a raíz del doble levantamiento de Túpac
Catari (contra España y, en la páctica, contra los Túpac
Amaru). Expliquémosnos. Ese dirigente oriundo de Sicasica, rompiendo
compromisos, se sublevó, doblegando a los cuadros conspirativos tupacamaristas.
Se levantó, pues, por su cuenta, aplicando crueles métodos
propios de acción, abriendo una estrategia que hacía peligrar
el alzamiento. Por estas razones se hizo urgente sofrenarlo porque el radicalismo
que mostraba ponía en peligro la unidad del movimiento. Su oposición
a criollos, y hasta mestizos y negros, a los cuales mataba muy frecuentemente
rompía los principios ideológicos de la sublevación.
No obstante, era seguido de muchísima gente, indígena casi
toda. Para contener a tan revoltoso lugarteniente fue enviado Obaya desde
Azángaro, con órdenes concretas.
Entre tanto,
el Inca hacía frente, con dificultad, a los diecisiete mil soldados
del Mariscal Joseph del Valle, en Vilcanota.
Al
marchar por las orillas del lago Titikaka, Obaya debió reparar
en la hecatombe desatada por los seguidores de Tupac Catari. Llegó
a La Paz en los primeros días de abril, consciente más que
nunca en el ascendiente del apellido Túpac Amaru, se fingió,
mañosamente su sobrino, con lo cual pudo atenuar que se desatara
la violencia contra su persona. Los dos caudillos se entrevistaron (Obaya
y Túpac Catari) a solas y no debió serle fácil a
Obaya marginar al belicoso aimara que, por sí mismo, se había
autonominado Virrey a nombre del Inca, sin ningún derecho.
Mientras negociaba
con Túpac Catari, Obaya remitía cartas a destacados paceños
criollos, con la firma del Inca Túpac Amaru, y presionó
con éxito para que Túpac Catari hiciese lo propio. Los destinatarios
eran criollos de influencia y, seguramente, se tenía la mira de
que la significación de esas cartas -que marcaba un viraje en el
sesgo racista que se había venido dando al alzamiento en el altiplano-
llegase a los antiguos conjurados tupacamaristas de La Paz, que no debían
ser en escaso número, y a los cuales urgía recuperar.
Las misivas
tuvieron como fruto una entrevista entre los dos bandos, en la cual Obaya
actuó como jefe máximo de las fuerzas sitiadoras de La Paz,
ausente ya Túpac Catari. Las condiciones fueron claras, dentro
del respeto a todas las razas, en un viable plan: 1) el reconocimiento
del Inca Túpac Amaru como rey; 2) la entrega de los cuatro corregidores
virreinales; 3) la entrega de los hacendados y aduaneros; 4) la entrega
de las armas de fuego; 5) la destrucción de los atrincheramientos
virreinales paceños.
La negociación,
sin embargo, fracasó. Varias versiones han quedado del bravo Obaya
en ese momento, con su poncho terciado y un hablar altanero, pues trataba
de "tú" aun a los altos dignatarios coloniales.
Los combates
por la ciudad se reanudaron luego, aún con más furia. Entre
tanto, Obaya desarrollaba con el destituido Túpac Catari una doble
actitud de firmeza y de inevitables festines estilo indígena. Al
fin, Túpac Catari optó por retirarse del todo del asedio,
lo cual otorgó a nuestro personaje más libertad de acción.
Se libraron entonces los más furiosos choques por la La Paz. Jamás
se había peleado con tanta furia, pero la resistencia virreinal
era igualmente valerosa y se amparaba en una neta superioridad en armamento.
Convencido
de la inutilidad de un ataque frontal, Obaya ideó una estratagema
a fin de obtener que los paceños saliesen de sus trincheras y fortines.
Falsificó una carta anunciando la llegada de refuerzos virreinales
rioplatenses del sur. Poco después vestía a todos los que
pudo con uniformes de los coloniales y les puso banderas españolas
al frente. Este engañoso socorro apareció por las alturas
de La Paz, en medio de la alegría de los paceños coloniales
que creían ver a sus libertadores. Una falla organizativa permitió,
sin embargo, que la treta patriota se descubriese al último momento.
Pero creyendo Obaya que vacilaban los sitiados en abrirles paso, todavía
quiso animarlos con un combate falso, tan reñido como aparente,
que dispuso entre los disfrazados virreinales y otras fuerzas patriotas,
en el cual menudearon disparos, cargas y aparentes heridos y muertos.
Esto sucedía el 27 de abril.
Fue entonces
cuando Obaya, en un alarde de valor, se acercó demasiado a las
trincheras virreinales, retando a la pelea. Una patrulla enemiga lo cogió
cuando, tropezando su caballo, rodó por el suelo.
Conducido
Obaya preso a la ciudad de La Paz, el aimara Túpac Catari recuperó
su posición en el ejército patriota, que era básicamente
de su nación. Por su lado, el cautivo Ohaya, viendo frustrada toda
opción de restaurar la alianza antiespañola entre indios
y criollos, se dedicó a confundir al enemigo mediante diversas
declaraciones, unas veces reales y otras fraguadas, sembrando la incerridumbre
en esa gente que pasaba por una gravísima hambruna y que no veía
solución a la guerra. Para esto contó Obaya con la circunstancia
que varios criollos estaban de un modo u otro comprometidos con la sublevación,
desde la época de la conjura (cuando se proyectaba el frente indo-criollo).
Apellidos destacados de La Paz salieron entonces a relucir con tan hábiles
intrigas, agudizando las nunca apagadas rivalidades entre españoles
y criollos. De los rumores no escaparon el importante Juez Tadeo Ruiz
de Medina, ni el Coronel Ignacio Flores, quien se acercaba con refuerzos
rioplatenses, orureños y cochabambinos dispuesto a romper el asedio.
Como es conocido,
los virreinales paceños tuvieron un respiro cuando Flores ingresó
a la ciudad tras romper el cerco con sus huestes, pero este intervalo
duró poco; pues se vio obligado a retirarse por lo apremiante de
su situación militar, agobiado como se hallaba por las deserciones
(lo cual le valió no pocas críticas, entre ellas las del
propio Corregidor Sebastián de Segurola). Pero antes de replegarse
a Oruro, ahorcó a Pedro Obaya el 4 de agosto del mismo año
de 1871. A su lado fueron ejecutados otros prisioneros, como Bonifacio
Chuquimamani, mestizo que había sido el principal secretario de
Túpac Catari.
El ataque
a la ciudad de La Paz se reanudaría de inmediato, primero bajo
el mando de Túpac Catari y sus aimaras y luego bajo el comando
general cusqueño de Andrés Túpac Amaru y de Faustino
Tito Atauchi, quienes tuvieron que destituir nuevamente al empecinado
Túpac Catari a fin de ajustar el movimiento a las pautas ideológicas
de los conjurados de Tungasuca.
Sobre aquel
gran peruano que fue Obaya, hijo de la tierra puneña de Lampa,
se han emitido varias opiniones. Rescatamos la de quien fue, en la practica,
su obligado rival, Túpac Catari. Dijo este que "el tuerto
Pedro Obaya era hombre muy caviloso y apreciado de valor" y quien
dio la idea de las invasiones nocturnas a la ciudad (de La Paz) y el combate
fingido entre los mismos alzados".
Reunió
así las dos prendas esenciales de todo verdadero jefe militar:
coraje e inteligencia.
REFERENCIAS DOCUMENTALES:
- Túpac Catari/ Confesión y Declaración. Sentencia
(1781). En: Revista "Bolívar". Órgano de la Sociedad
Bolivariana, 2, Lima, diciembre, 1968.
- Siles, María Eugenia/ Diarios del Cerco de La Paz. págs.
86, 90, 97, 98, 100. La Paz, 1980.
- Guzmán, Alberto/ Túpaj Cacari, págs. 118, 132,
Méjico, 1944.
- Paz, Melchor de/ Diálogo (1986). T. I, pág. 437; T. II,
pág. 98, Lima, 1952.
- CDIP. La Rebelión de Túpac Amaru, T. II, vol. 3; págs.
176-177.
- Colección de Documentos que reproducen Ballivian y Roxas.
- Vega, Juan José/ Las rivalidades entre los caudillos indígenas
durante el levantamiento tupacamarista. Actas del Congreso
de Historia de América, págs. 107-118, Lima, 1971.
(*) Pedro Obaya ha sido estudiado sólo desde ángulos bolivianistas
y aimaristas por autores como Porfirio Díaz Machicao, autor de
"El Rey Chiquito" (1963). Muchas son las referencias sobre este
importante personaje en la bibliografía paceña, pero en
el Perú aún no ha merecido una obra específica. Según
el destacado historiador Alberto Crespo, el proceso criminal contra Pedro
Obaya se encuentra en la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de
San Andrés. Ojalá pronto algún historiador peruano
pueda encontrar recursos para dar a luz aquél inédito, signado
con el número 2288. El estudio de tan importante y voluminoso documento
permitirá un mejor análisis del ciclo tupacamarista y de
las contradicciones internas entre los sublevados, que fueron de variados
tipos. Algo de esto adelantamos ya en nuestro "Túpac Amaru"
(1969).
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