EL GIGANTE DEL TITICACA
Nina Alionka Mendoza Yanqui (Juliaca, 1993).
Los pescadores de la península de Capachica, se
levantaron muy temprano. El gélido frío del Titicaca, les
cortaba la piel. El viento de la madrugada les agujeraba el cuerpo como
cuchillos que se plantan. Se reunieron alrededor de una fogata encendida
en la playa lacustre, con totoras secas. Avivaron el fuego. A su alrededor
chaccharon coca, y bebieron un mate caliente que trajo él mas anciano
de los pescadores.
Como todas las madrugadas distribuyeron la faena. El viejo Zacarías,
quien decía haber conocido a los últimos moradores de los
Uros. Dibujó con el dedo ante los destellos de la fogata el plan
a seguir para jalar la red tendida sobre las aguas del Titicaca. Dibujó
una especie de V en la arena. Ordenando a los más jóvenes
a ubicarse en la adelantada para tirar las cabuyas.
La coca tenía un sabor que no era amargo, ni dulce. Sabía
un sabor especial, más o menos a tierra, cuando se humedece con
el aguacero. Tragaron el sumo de la hoja de coca.
Pidieron permiso a la santa tierra y se embarcaron lago adentro en las
frágiles balsas. El viento había disminuido su intensidad.
Remaron hasta alcanzar las boyas que flotaban. Se ubicaron conforme a
lo ordenado por el viejo Zacarías. Comenzaron a jalar hacia la
orilla. Como nunca, la red parecía atada al fondo del lago. Se
asustaron al comienzo. No se podía jalar. Pesaba mucho. Uno de
los jóvenes gritó:
-¡Ahora como nunca, tendremos mas
pescado!
Todos lo creyeron. Jalaron con mas fuerza. Temblaron sobre las balsas.
Gruesas gotas de sudor les caía por la frente, se limpiaban con
la manga de las manos.
- ¡Con mas fuerza!- Gritaban
Siguieron jalando. Centímetro a centímetro fueron ganando
hacia la orilla. Era una de las faenas más difíciles de
los últimos años. Al cabo de varias horas lograron vencer
la dificultad del extraño peso en las redes. Saltaron de sus balsas
para tirar desde la orilla. Sus pies descalzos se hundían en las
frías arenas de la playa lacustre. Haciendo los últimos
esfuerzos fueron extrayendo las redes. Con la débil luz del alba,
fueron descubriendo en las redes millares de peces que saltaban, tratando
de liberarse de las incomodas redes. Mujeres y niños, ayudaron
a terminar por sacar las redes. Cuando con las ávidas manos se
aprestaban a coger los peces vieron algo enorme que se movía al
medio de la red. Todos saltaron hacia atrás. Los niños se
asustaron y corrieron gritando.
- ¡No corran es un humanto grande!
- Gritó el viejo Zacarías.
- ¡No, debe ser un muerto! - Gritaron
los demás.
La tesis del muerto les convenció mas, que el misterioso nombre
del pez que había anunciado Zacarías.
Fueron inmediatamente donde el Juez de Capachica. La autoridad llegó
a la salida del sol en un brioso caballo. Desmontó apuradamente.
Sus botines se hundían en la arena de la playa lacustre.
- ¿Dónde esta el cadáver?
- Preguntó la autoridad. Todos señalaron con el dedo a las
redes. El misterioso descubrimiento aun se encontraba en las aguas de
la orilla, junto con algunos peces.
- ¡Sáquenlo, de una vez! -
Ordenó la autoridad. Todos jalaron la red hacia la orilla. En la
arena, se descubrió una extraña criatura. Parecía
un enorme hombre verde. En sus ojos había fuego. Impaciente trataba
de liberarse de las redes.
- ¡Es el mismo diablo! - Gritó
el Juez.
- No, es un k'elli, una enorme rana que
pasta en el fondo del lago- Dijo Zacarías.
- Daremos parte a la Universidad de Puno,
para que vengan a investigarlo
- Se lo devolveremos al lago, es de la pachamama,
si le hacemos daño, nos vendría toda clase de calamidades.
- Oiga, viejo andrajoso, si usted hace eso
le meteré preso - Dijo furioso el Juez- Iré a llamar por
teléfono a los científicos, así que no se olviden
de tratarlo bien, ganaremos mucho dinero con la bestia del lago -
Montando a su corcel, se perdió en el horizonte, hacia Capachica.
Zacarías, hizo llamar al Paco del lugar. Era un hombre canoso,
con las barbas crecidas hasta el pecho, se parecía mucho al Moisés
de la Biblia. El Paco, extendió un poncho color vicuña sobre
la arena. Allí hizo caer unas hojas de coca. En una pequeña
vasija vació el vino. De rodillas pidió permiso a la tierra.
Todos escogieron hojas de coca, depositando en la vasija de vino. Luego
el Paco, echó el vino en la arena:
- ¡Si es de la madre Pachamama, debe
ser su ganado!
- Ahora mismo debe regresar al lago - Dijo
Zacarías.
Extrajo una pequeña navaja de su cintura, y se dirigió hacia
el K'eli. La gigante rana verde, desde la red miró desesperado
al viejo Zacarías. Con sus ojos imploraba que no le hiciera daño.
Adivinando el temor de la rana, el viejo se acercó con una ternura
infinita, como queriendo acariciarlo. Empezó a pasarle la palma
de la mano, por sobre el lomo, las ancas. La rana poco se movía.
Y suavemente comenzó a cortar la red, hasta que el gigante batracio
quedó libre. Parecía agradecerle por haberlo liberado, bajo
la cabeza, cerrando los ojos, estuvo varios segundos, como si estuviera
orando. Luego se dio la vuelta y se zambulló en las aguas del lago,
allí se perdió para siempre, ante la atónita mirada
de los hombres.
Los pescadores ese día no habían recogido un solo pez. El
susto les había dominado. Cuando se aprestaban a retirarse de las
playas del lago, apareció una mujer bajita, de pies grandes con
ojotas también grandes, acompañado de un perro negro.
- ¿Se ha perdido mi toro no lo vieron?
- Preguntó
- No, no hemos visto, solo un gigante k'eli,
hemos pescado esta madrugada, pero ya se lo hemos devuelto al lago - Dijo
Zacarías.
- Ese es mi toro - Agregó la mujer.
Pensaron que estaba loca. La mujer se encaminó hacia el lago seguido
de su perro. Y suavemente se adentraron como si estuvieran ingresando
a un inmenso paraje. El agua no levantaba su pollera, su sombrero de ala
ancha, permaneció en su cabeza, hasta que se sumergió por
completo en el lago.
- ¡Es pachamama, la madre tierra!
- Dijo el viejo Zacarías. Todos cayeron de rodillas en la arena,
besándolo. Otros se llevaron puñados de arena a la boca.
Los pescadores desde ese día, dijeron que nunca mas volverían
a pescar a los animales de la Pachamama.
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