El Hombre de Manos Azules

Autor: Castor Vera C. (Puno, 1983)
Lector: Héctor Cuentas

Ocurre siempre cuando el sol se está despidiendo de la ciudad. A esa hora sin nombre en que el día y la noche se funden invocando a la melancolía. La amplia y serena avenida central lo espera callada. Los ficus observan desde los lados la escena. Es entonces que aparece él, corriendo de lado a lado de la calzada con trancos desesperados. Sus ojos centellean, húmedos y violentos. La espuma sale a borbotones de su pequeña boca y alcanza su recia barba. La cabellera se ve aun mas desordenada, azuzada por la brisa que sube del mar. Corre. Se agita. Atraviesa velozmente la avenida, buscando jovencitas. Sus manos azules tiemblan al ver alguna, pero todas huyen despavoridas.

Se cuenta que hace mucho tiempo (más del que cualquiera en la ciudad haya vivido), el nombre de manos azules era igual a los demás, un joven cualquiera que vivía buscando el amor. Pero en el día ciento diecisiete de aquel año, mientras le lloraba al amanecer sus desventuras, sentado en una acera de la avenida central, se le acercó una figura celestial vestida de blanco, con una cabellera dorada que remeda con su cadencia las cercanas columnas del muelle. Se dice también que el aroma que despedía aquella aparición era muy penetrante, tanto que provocaba un raro escozor en la parte trasera del cuello. ¡Créeme Dora, la gente aún habla de esto en las plazas! Se aproximó al solitario muchacho, que la miraba anonadado con los ojos aun húmedos, y lo besó en los labios.

En ese instante se oyó un chirrido ensordecedor y la marea subió de golpe. La imagen femenina desapareció mientras la neblina abrazaba la ciudad con extremidades gigantes y ansiosas. El joven estaba completamente exaltado, sus ojos saltaban de las cuencas que los alojaban. Perdió repentinamente el habla y en su lugar solo quedaron ruidos parecidos al rebuznar de un burro. La espuma abundaba en su arisca boca. Pero lo que más recuerdan los cuentos familiares es que desde ese momento sus manos son azules, tan azules y brillantes como el azul del cielo en verano. Y se sabe que a partir de ese día, sale a la hora de la melancolía para buscar a su fulgurante amada, pues el mar ha oído que ésta juró volver para quitarle eternamente aquel extraño mal de amor.