Fiesta de la Candelaria: Revisando significados (*) | |
En: Los Andes. Puno, Perú: Año 81, edición No. 23451 del |
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Cuando se acerca febrero, la Candelaria retoma renovada vigencia en la acción y reflexión de muchos puneños. Unos preparándose para danzar y otros tratando de explicar y explicarse cómo es que esta fiesta llega a ser como es en nuestros días. Se ha escrito bastante sobre el significado que tiene la devoción de la virgen de la Candelaria para los creyentes.
Menos se ha escrito sobre las fiestas patronales, de tradición católica, y cómo éstas se consolidaron en el calendario festivo de un pueblo. Es decir, el catolicismo fue impuesto por los colonizadores y si no hubiera resultado funcional, en el buen sentido, para mantener la raíz de los colonizados, tal vez la tradición se hubiera ido perdiendo en el tiempo y lo que constatamos hoy en día es que más allá del significado cristiano católico que pueda tener la fiesta, ésta se reproduce año tras año. Intento entonces, una posible explicación para el mantenimiento de esta tradición cuyas raíces son más profundas que la fe católica y del significado de la misma virgen de la Candelaria. A muchos cronistas españoles (Ramos Gavilán, Polo de Ondegardo, Murúa, entre otros) del siglo XVI y XVII, les llama la atención, y la dejan registrada, la frecuencia tan grande de fiestas y ritos que observan viviendo entre los pueblos del altiplano en particular y andinos, en general. Si bien hacen la distinción entre que los Incas realizan sus fiestas en recintos ceremoniales, con participación selectiva, al menos los primeros días y más como expresión de poder, y que los aymaras se reunían en lugares abiertos, comúnmente plazas, y con plena participación de todos, se sorprenden por la frecuencia de estas festividades. Algo de ello puede verse en el capítulo que Ramos Gavilán2 le dedica al calendario de fiestas que él registra en Copacabana, en donde según su propia versión, se ubica la Isla del Sol que es el principal y más importante sitio de peregrinaje en el tiempo que él vive por allí (más o menos 1600), más importante inclusive que el Coricancha, en el Cusco, y Pachacamac, al sur de Lima. Vale la pena rescatar las fiestas de dos de los meses en la crónica de Ramos Gavilán. El mes de febrero porque es el de la festividad de la Candelaria y junio, por algunos detalles con que describe la fiesta. Señala, para el tercer mes del calendario, que “Al mes de Febrero llamavan Atumpocoy, sacrificavan cien carneros bermejos, regando las cenizas con mucha chicha, éste era el mes, quando sacavan a las donzellas a plaça pública donde las peinavan, y componían, para dar a entender era llegado el tiempo en que se avían de casar.” Podríamos inferir que la fiesta denotaba el inicio de la fertilidad en las mujeres, lo que conllevaba un tipo de ritualidad específico que tanto Ramos Gavilán como Murúa, detallan en otros capítulos de sus crónicas. Es posible que al ser reprimidas, por parte de los colonizadores, estas expresiones rituales hayan seguido manifestándose encubiertas en los carnavales. La propia virgen de la Candelaria, representa para los católicos a María cuando presenta a su hijo en el templo, siguiendo la costumbre hebrea de la época. De la gran fiesta que se realizaba en el sétimo mes, resulta interesante esta parte del relato: “La peña del adoratorio, se adornava con admirable artificio, y curiosidad. Por este tiempo usavan de grandes invenciones, y conforme los oficios en que se ocupavan, assí ordenavan sus bayles, que con apariencias, y rudas invenciones a su modo dezían aquellos en que se ocupavan. Los pastores baylavan de una manera, los guerreros de otra, y los Ingas de otra, y cada nación en sus bayles se diferenciava de las otras. Era grande la embriaguez porque avía licencia general para bever.” Las vírgenes, la Cruz y los santos patronos en el catolicismo; es decir, consideradas imágenes sagradas, al igual que “la peña del adoratorio”, también posiblemente sagrada, se adornan tradicionalmente, hasta ahora, con admirable prolijidad y curiosamente, los conjuntos que se formaron a fines del siglo XIX en Puno, lo hicieron sobre la base de las sociedades de artesanos, gremios, por oficios, y cofradías. Cada conjunto baila de una manera diferente según la coreografía de su baile, con ropa y ritmo diferente. Todo esto ocurría en los días de la fiesta, en el mismo sitio de peregrinación y “había licencia general para beber”. Necesitamos muy poca imaginación para darnos cuenta que hoy, esa tradición en la festividad de la virgen de la Candelaria, ha cambiado poco. Lo que aún faltaría explicar a los propios cronistas es el por qué tanta fiesta, tanto baile, tanta música, tanto traje de fiesta y diferente entre “naciones”, como ellos mismo consignan. Afortunadamente, hoy tenemos más recursos de reflexión para intentar respuestas. Una de ellas y que me atrevo a lanzar como pista a seguir es la que se sustenta en lo holístico de la concepción andina del mundo. Esta premisa es aceptada por propios y extraños. Significa, como muchos señalan, que el ser humano es parte del mundo y la naturaleza y que en ese sentido, todo está relacionado horizontalmente y cualquier elemento del universo (Pacha) se constituye en otro yo con el que se establece reciprocidad existencial. El uno solo es inconcebible sin otro, que a su vez se relaciona con otros otros y todos somos sujetos. De allí es que se dice también que la dualidad, en todos sus sentidos y formas —llámese relacionalidad, complementariedad, correspondencia, reciprocidad—, es intrínseca a esta concepción. Si todos somos sujetos, lo que jerarquiza a unos y otros, es la función que cumplen en la existencia de la Pacha que garantiza la vida. Así, al propio sol, la luna, a las estrellas, constelaciones, rayos, relámpagos, lluvia, se les asigna un lugar: Alax Pacha y su importancia es distinta a la que se podría dar a cualquier otro ser que cumple su función de vida en otro lugar de la Pacha, sea este Aka Pacha o Kay Pacha. Estos tres lugares tampoco tuvieran vida si no estarían relacionados. De allí es claro que, como señala Estermann (2006)3, lo fundamental para la existencia, sea la relación, que en su consolidación cultural, se hace sagrada. Mantener la relación implica entonces una obligación ética vital y los puentes que lo permiten: los rayos, cerros, ríos, lagunas, la coca, los muertos, por ejemplo, se consideran muy importantes y con los que se está en diálogo cotidiano. El diálogo es comunicación, cuya forma privilegiada la constituyen los ritos en los que está presente: la palabra, la música (incluido el canto) y el baile. De allí que creo que el baile y la música es una unidad en el mundo andino. Diferente es el caso de las expresiones culturales occidentales en donde puede existir la danza, el canto y la música separados, cada uno como una totalidad. La comunicación es el enlace natural que fortalece cualquier relación y en la concepción andina, el rito es la forma de comunicación tal vez privilegiada. La fiesta en fin de cuentas es una expresión ritual celebrativa-simbólica. NOTAS
[1] DÍEZ CRUZ, Esperanza. Al andar se hace camino. Experiencia de cristo en medio de la vida aymara de Juli.Monografía para optar por el título de Magíster en Teología. Bogotá, Colombia: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología, 2007. (http://casadelcorregidor.pe/colaboraciones/_biblio_Diez.php)
[2] Capítulo XXIV: Donde se tratan cosas notables, y curiosas y del computo, y fiestas que tuvieron. En: RAMOS GAVILÁN, Alonso.Historia del santuario de nuestra Señora de Copacabana.Lima, Perú: Ignacio PRADO PASTOR. Editor, 1988. 618p. Ilus. [21,8x15cm.] Pp. 147-157 (http://www.casadelcorregidor.pe/d-interes/_biblio_Ramos-Gavilan.php) [3] El tema es tratado cuidadosamente en: ESTERMANN, Josef. Filosofía Andina. Sabiduría indígena para un mundo nuevo [Capítulo 5: Relacionalidad del todo: Lógica andina]. La Paz, Bolivia: Segunda Edición, ISEAT, 2006. 413:123-145 pp. |
(*) Ana María Pino Jordán promotora@casadelcorregidor.pe |