Parte VI
El poeta Núñez en su abatar periodístico descubrió
la existencia de un cuadro llamado "La Ternura del Creyente"
de un pintor puneño, muerto ya, que firmaba con el seudónimo
de Sivamel. Refería que para evidenciar la existencia del cuadro,
poseía una fotografía que conseguirla le había
costado muchos contertulios, investigaciones y sumas de dinero. Al fin,
ahora daba fe de lo que decía.
El cuadro, según se veía en la fotografía, mostraba
en primer plano a la Virgen patrona de Puno cargando en la mano izquierda
al niño Jesús y sosteniendo con la derecha, una vela dorada.
La Virgen lucía vestido blanco, cinturón dorado y un fino
velo que se deslizaba desde la corona hasta perderse en la largura de
los bordados dorados de la capa roja que abrigaba sus espaldas. Mostrábase
imponente ante los ojos que miraban el lienzo.
A sus pies, semiarrodillado y de espaldas aparecía el diablo,
representado en la forma característica del danzarín de
la Diablada. Llevaba una máscara color verde y una capa azul
de felpa con bordados en el cuello y las orillas. Mostraba los ojos
desorbitados en actitud imploratoria de perdón hacia la Virgen,
tocándole el vestido. El fondo del cuadro era de un café
en distintos tonos.
Era un hermosísimo lienzo, decía el poeta Núñez,
cuando le tocaba hablar del cuadro y de los impases que tuvo con el
cura Esquivel. Resultó graciosa la tragicomedia que se armó
esos meses. La poesía y la religión enfrentadas en un
ácido escándalo de palabras en razón de que el
susodicho cuadro había desaparecido en un incendio propalado
en el templo San Juan, ¿robado? ¿quemado?, nadie lo sabía.
Sólo las paredes tendrían el secreto; más, como
no hablaban, no había qué decir.
En las noches de farra, los curiosos y los que sólo buscaban
divertirse a costa del poeta pedíanle que cuente los hechos del
famoso cuadro, más por las expresiones y gestos que hacía
el poeta al evocar aquellas recuerdos que por conocer la historia en
sí. Se lo toma en serio, decían. Y el poeta pedía
muchas más fórmulas que eran mezclas de pisco con gaseosa
Sprite para seguir conversando y contando.
Por culpa del grandísimo cura Esquivel, decía el poeta.
Por culpa del desvocado paganismo y borrachera de los creyentes, decía
el padre.
El problema se hizo público y se mandaron dimes y diretes por
las radios más escuchadas de la ciudad. El uno, acusándolo
al otro de su falta de cuidado y responsabilidad en agravio del patrimonio
histórico, sumando a ello su cucufatería desvergonzada
en nombre de Cristo. Que en los matrimonios y bautizos a los que era
invitado se emborrachaba y con la mayor desfachatez del mundo enamoraba
a las muchachas; el otro, alegando que la población no podía
dar crédito a las palabras y frustraciones de un poetastro entregado
toda una vida al licor, autor de versos inmorales ajenos a las buenas
costumbres y predicador de la mala vida con el gran pretexto de la bohemia
y las letras.
El suceso del mentado cuadro, creador de la discordia, se inició
años atrás en vísperas de la Fiesta de la Candelaria,
cuando un periódico local publicó, como siempre lo hacía
en esa fecha, una edición especial dedicada a todo lo concerniente
a la festividad y a la Virgen. En sus páginas salió un
artículo escrito por el poeta Núñez dando a conocer
la pasada existencia del cuadro, del que sólo se conservaba una
fotografía, en razón de que el cuadro había desaparecido
en un incendio que no se pudo controlar a consecuencia de la irresponsabilidad
de las autoridades eclesiásticas encargadas ese año del
templo San Juan donde se veneraba a la Virgen. Como todos sabemos, escribió,
la única autoridad de la mencionada iglesia, desde hace treinta
años, es el padre José Esquivel.
Así mismo, hizo hincapié en que el valor del cuadro era
inmensurable por tratarse en primer lugar, de una obra digna de belleza;
en segundo, por ser uno de los pocos cuadros, acaso el único,
que mostraban la figura de la Virgen de la Candelaria con el diablo
a sus pies, siendo éste el personaje más importante de
la danza principal de la festividad; en tercer lugar, por tratarse que
tal representación artística, constituía para la
cultura y la historia puneña un importante testimonio de creación
pictórica basado en la tradición popular del pueblo. Y
así enumeró una larga lista de razones en relación
a la importancia del cuadro. Acabó el artículo escribiendo:
¿Hurtado? ¿desaparecido? ¿y los responsables? ¿quien
debe responder tal
sacrilegio? Esperemos que las respuestas pertinentes se hagan escuchar,
ya.
Como era de esperarse, el padre Esquivel envió un comunicado
a los
principales medios de comunicación y hasta se dio tiempo para
hablar durante las misas sobre aquel bochornoso e indigno acto de mala
prensa, como lo calificó. Manchando no sólo la imagen
de la iglesia sino también su reputación. A él,
que toda una vida había estado entregado al servicio del templo,
al cuidado de la Virgen y a profesar la verdad, la honestidad y la justicia
en los devotos.
En el comunicado manifestaba que cansado de las peroratas, acusaciones
y ataques, deslindaba categórico su responsabilidad en la desaparición
del cuadro "La Ternura del Creyente". Que, si bien concordaba
con muchos aspectos respecto al valor del cuadro, finalmente, habían
sido las circunstancias, y sólo Dios sabía por qué,
las que habían ocasionado los lamentables incidentes y que no
era menester en este momento, de buscar culpables ni mucho menos juzgar
actitudes.
Sin embargo, líneas más abajo, aclaró que en el
incendio ocasionado por la turba de creyentes que llevaban velas encendidas,
no sólo el cuadro había sido devorado por las llamas del
fuego, sino muchos otros enseres eclesiásticos de considerable
valor. Así que no se creyera que era lo más importante.
Se habían podido salvar pequeños fragmentos del lienzo
que en realidad carbonizados no servían para nada y fueron echados
al basurero. Así que no me vengan, dijo, con el perdón
de Dios, a jorobar con que ha sido robado ni mucho menos negociado por
intereses particulares del templo o de mi persona. Fue su última
palabra.
En los siguientes meses, para calmar los ánimos de algunos insurrectos
que seguían insistiendo en el cuadro, se comprometió a
contratar a los mejores pintores de la ciudad para que pudiesen hacer
una copia fiel del cuadro. El poeta Núñez hasta ahora
esperaba ver aquella réplica.
Desde entonces, religioso y poeta apenas podían verse. Cuando
era
inevitable, con recatado discimulo cambiaban miradas de odio, burla
y enojo.
El poeta Núñez tomándolo por el lado poético,
escribió una noche de bohemia los siguientes versos en alusión
al padre Esquivel.
Ternura de mi cura
veo en tu sotana
el reflejo de tu sepultura.
Me libro de la mirada espartana
de mi enemigo el cura
que rompe, cual lienzo de liana
mi palabra incura.
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